22.12.05

Errata

Texto hilingüe.

17.12.05

Guernica

El lenguaje teórico del arte, tenazmente empeñado en el oscurecimiento de conceptos y en la práctica de un esoterismo verbal que dice sin decir y que habla sin hablar, incapaz de funcionar como vehículo de conocimiento y fuente de comunicación, se procura una finalidad inmanente y endógena, fin en sí mismo, expresión sin referente, hasta convertirse en puro y huero ‘flatus vocis’ hermético y vacío, verdadera escenificación del sonido y la furia. Los artistas, en efecto, elaboran objetos sin correspondencia platónica, entidades simbólicas que no encuentran equivalente verbal unívoco e inmediato, pero, aprovechando la disonancia, los peritos ahondan la fractura y, desestimando la luz crítica, se columpian a placer en la arrogante oscuridad de un pozo ciego. De ahí que el espíritu y el entendimiento sucumban con gozo atento a la emoción que supone ver cómo, de entre la perplejidad general y el asombro turístico de la concurrencia absorta, víctima de un arrobo entre místico y diurético y sumida en el hondón del prejuicio hermenéutico canónico, surge una niña de dos años y medio, se detiene en la barrera inaugural del museo, señala con el dedo el célebre cuadro de Picasso y, a medias entre la exclamación y el enunciado, la descripción y la presencia, afirma sólo: «Una mamá rota».

13.12.05

Que sais-je?

«El demonio del conocimiento ya se había vuelto amo de todas las fuerzas de aquel espíritu», se lee en las primeras páginas de «En el castillo de Argol», de Julien Gracq (Debolsillo, p. 22), como rasgo descriptivo del personaje llamado Albert. He ahí, me digo, en medio del tumulto laico-espiscopal de estos tiempos sin ley ni LOE, un demonio que ha sucumbido definitivamente a la inercia de la religión y sus miopías terrenales. Ningún espíritu se deja ya seducir por tan maléfico bestión mascariento. Doy fe.

12.12.05

Ronaldo

En la voluntad de trabajar para conseguir el premio nobel de la paz («Voy a trabajar toda la vida en eso y a luchar mucho para ganar un Premio Nobel de la Paz. Eso me dejaría muy satisfecho. Es un sacrificio que vale la pena») se antepone el premio a la paz, el sujeto al objeto y el propio nombre a los tal vez buenos fines: inagotable, en fin, el infantilismo etológico.

10.12.05

Etología

Oyendo la rabieta infantiloide del futbolista Samuel Eto'o por esas celebraciones fifas que tanto y tan vivamente interesan al personal deportivo, me entraron ganas no menos infantiles de hacer chistes malos, del tipo Eto'onto y otros ingenios refutables, pero pronto caí en la cuenta de que hay expresidentes (y eso es más grave y más dañino) con la misma etología.

9.12.05

Lo que es

Con frecuencia oigo y leo reproches académicos contra el empleo de expresiones que salpican o inundan la conversación, el inicio de toda respuesta con un «la verdad es que», el «bueno» que se incluye en cada periodo, sobre todo en las entrevistas deportivas: «Bueno, la verdad es que, bueno, hemos hecho lo que hemos podido, bueno, pero, bueno, no hemos podido, bueno...». Supongo que «bueno», «la verdad es que» y otros parientes de la charla tienen una explicación, aunque no tengan justificación, y que peores cosas se oyen y aun se escuchan y se leen: «como no podía ser de otra manera». Hay sin embargo una locución que se oye continuamente y a la que no he oído todavía referirse a nadie de ninguna manera, ni positiva ni negativa: «lo que es»; o, si conviene el plural, «lo que son». No se trata de un «lo que es» sustantivo, pero tampoco estoy seguro de que sea meramente retórico. Si se teclea «lo que es» en un buscador surgen un millón trescientas mil entradas, pero no son (tampoco las he consultado) sustantivas, sino del tipo «yo sé lo que es el amor» o bien del tipo «lo que es barato no puede ser bueno». El que a mí me llama la atención no va nunca delante de un adjetivo ni de unsustantivo abstracto, sino de un sustantivo concreto e incluso cotidiano y viene a ser equivalente coloquial del más retórico «propiamente dicho». Hay hablantes, pues, que no colocan el televisor en el salón, sino en «lo que es el salón», ni un aparador en la entrada, sino «en lo que es la entrada», que, como digo, equivale al salón «propiamente dicho» y a la entrada «propiamente dicha». Ahora mismo acabo de saber, por ejemplo, que si se tiene un percance automovilístico por la noche, el conductor debe ponerse «lo que es el chaleco», ese artilugio obligatorio, futurista y reflectante que ha sembrado las noches y las carreteras de luciérnagas. Así las cosas, llevo un tiempo en que atrapado en la euforia de tanto «lo que es» y no tengo otro oficio, en las conversaciones, que acechar, a la caza de su salto, de modo que no atiendo a lo que oigo, sino que oigo a ver si «lo que es» el hablante cae en la fórmula, y he de decir que me veo recompensado. Por qué al hablante le ha dado por recurrir a esa determinación ontológica del sustantivo es cuestión que debe analizarse en otro (próximo, tal vez, e incierto) blograma.

7.12.05

I Spanien

De viaje por España en 1862 («I Spanien», 1863), Granada le inspiró a Hans Christian Andersen versos tristes, versos amargos y, sobre todo, versos malos. «En castigo», escribe el cuentista universal, «el verso habrá de imprimirse; él no lo merece, pero me lo merezco yo» («Viaje por España», Alianza, 2005, p. 156). El mérito es doble: conocer los propios límites y reconocerlo.

4.12.05

Estilos

Agréguense a las teorías retóricas dos rotundos, contundentes y celebrados estilos literarios, el per uerba y el por huevos, cada uno de ellos defendido (bien por huevos, bien per uerba) por notorios estilitas menores de las huestes periódicas rajoyanas.