30.9.07

La realidad y su invención

Toda obra de arte es resultado de un triángulo en incierto equilibrio: la realidad, el lenguaje y el artista. Históricamente, la pintura ha mantenido con la realidad una relación ambigua, de imitación, suplantación, impresión, deconstrucción, abstracción o negación, un proceso de exclusión progresiva e incluso, en apariencia, de impetuosa incompatibilidad, hasta el punto de que el pintor contemporáneo no puede adscribirse sin peligro a ninguno de esos conflictos estéticos. Sea ello como sea, siempre será la mediación del artista (sujeto), tanto en su modo de percibir la realidad (objeto), como en el modo de expresar tal percepción (lenguaje), la que produzca lo que se ha dado en llamar belleza, que no es sino una reproducción subjetiva de la realidad. Para Miguel Pedrero (Hellín, 1962) pintar es reinventar la realidad, consecuencia visual de la contemplación objetiva y de la memoria que de ella permanece, en la que se recrea y sobre la que asienta toda elaboración artística. Por eso su obra se nutre sobre todo de figuraciones: cuerpos y paisajes, rostros y vegetación. Y por eso, también, su mirada y su memoria son, sin duda, si se permite una catalogación más moral que estética, bondadosas, de piadosa y bien avenida armonía. Puede recurrir a veces a derivaciones, entregarse a experimentaciones cromáticas en Kapas, acogerse al impulso expresionista cuando se acerca a la mirada del dolor, proponer una representación simbólica del amor y el odio o, en fin, recurrir a la distorsión y la desolación de la geometría para que el mundo subterráneo y deshabitado de Comala tenga carta de naturaleza. Pero se entrega con más frecuencia a la fisonomía del alma, que se expresa en rostros femeninos doloridos, insinuados, modélicos o exactos, y a cierta poética de la sencillez, incluso de la fragilidad, en la que sobresale la perfección de lo menudo, una hoja que cae, unas cañas escuetas, un paisaje solitario, o lejano, o diluido, que no son, en definitiva, sino manifestaciones de humanismo y clasicismo. Porque, si el clasicismo consiste en la plena concordancia entre artista y espectador, bien puede afirmarse que Miguel Pedrero se ajusta a esta categoría de lo clásico en que, desde una perspectiva poética e incluso lírica, se aúnan arte y sensatez, emoción y sentido.

[Texto para las 'Realidades imaginadas' por Miguel Pedrero y expuestas en Las Claras entre el 17 y el 28 de septiembre de 2007]

26.9.07

«Somos coetáneos; ya nos conocemos bastante bien: tratémonos de usted», leo en ‘Negro sobre negro’, de Leonardo Sciascia (Global rhythm, pág. 19), lo que me lleva a recordar, entre otros tuteos, voseos y ustedeos más o menos pintorescos, solemnes o ridículos, la primera entrevista radiofónica que le hicieron a un Javier Solana recién nombrado ministro de cultura en aquellos tiempos de euforia democrática, y ciudadana, y primordial. «Javier», dijo el periodista, «¿cómo nos llamamos, de tú o de usted?». «Ah, bien, a mí me da igual», respondió Solana, «como usted prefiera».

23.9.07

Mecanografía

«Nada tiene remedo», escribo equivocado, saltándome una tecla, pero corrijo sólo en la dirección misma de la errata: nada tiene remedio, todo tiene remedo.

22.9.07

Cansancio

De la prensa portuguesa a los tabloides ingleses y de ahí a toda la prensa, la radio, la televisión hispana, a todas horas, todo un hastío de estío. Cansan. Un día y otro día mareando la pérdida, rumoreándola, tertuliándola. Cannsan. Y siguen girando en el vacío, alimentando el eco, retorciendo el escorzo, estirando la categoría, el arquetipo, el esteorotipo. McCannsan. Tanta redundancia sólo admite (y no sé si pretende, mas consigue) un solo, lamentable desenlace: disolución, vacío. Sería una sólida novela de Ian McEwan, pero apunta más a superproducción de Hollyvood, miniserie televisiva, derechos, print time, ©.

14.9.07

Media

Medios hay de opinión pronta
y medios de opinión lenta,
y abundante opinión tonta
que de m. p. se alimenta,
que lo lento poco renta
y tanto monta.

7.9.07

Disidencia

De vuelta de cierto ajetreo postestival, me encuentro de pronto preguntándome esta noche de qué verbo procede el sustantivo «disidencia», que no es otro, por muy raro que suene, que el verbo «disidir» (del latín «dissidĕre»), separarse de una doctrina, creencia o partido, según María Moliner, y nada tiene que ver mi preguntarme con la perezosa entrada anterior o con las secuelas de su neopatología, sino con que el día 3 de septiembre se desactivó la disidencia, una desactivación, me digo, al cabo de darle vueltas durante un tiempo, que tal vez no sea sino un verdadero, clarividente y estimulante modo de activarla de nuevo.