27.9.08

Papavarácea

Abibollo, ¡viva!

23.9.08

Inspiración

Sea lo que sea la inspiración, si es que la hubiere, sus procedimientos son diversos y antojadizos, calenturientos y crueles, como puede comprobarse leyendo la entrada del 14 de marzo de 1891 del diario de Jules Renard, que dice: «Aquí quizá va a pasar una desgracia. Hoy una celebridad con quevedos y a cuarenta francos la visita ha pronunciado la palabra ‘difteria’. Después de eso, ya no sé qué más ha dicho. Marinette llora, yo me he quedado con un nudo en la garganta. Estamos borrachos de miedo. / Escuchamos la respiración del bebé, a veces ronca, a veces silbante […] / Lo más terrible es que está alegre. Ríe, y quizá la muerte está al acecho. Yo hago literatura» (no hace falta subrayar la conciencia del sinsentido: niño/padre, muerte/literatura), y combinándola con la que escribió tres días después, el 17 de marzo, que dice: «Escena posible. El niño ha muerto. El padre y la madre lloran. Pero el amante coge a la mujer de la mano, le da una palmada al marido y dice: ‘¡Venga, ánimo! Ya haremos otro’». Cabe pensar, benevolentes, que ha pasado el peligro, se ha alejado la desgracia, se ha desatado el nudo de la garganta y ha cambiado el signo de la borrachera, pero quede constancia de que -narración, adulterio, broma salaz y chiste basto- la difteria de Jean-François no ha dejado de girar en la cabeza literaria de son père.

20.9.08

A contrariis

«Espero que los libreros no estén halagando mis oídos», escribe Plinio en carta a Maturo Arriano. Y añade: «Bueno, que me halaguen, siempre que gracias a esta mentira mis escritos me resulten más atractivos» (Cartas, I, 2, 97-98 d. C.). Dejando de lado la modestia, que se subordina a la esperanza, y sobre todo ese «me» de «me resulten» que convierte la propaganda comercial en autoestima literaria, bien cabe decir que hoy en día basta que ciertos críticos (pocos libreros halagan oídos y vanidades en estos tiempos, aunque haylos, y buenos, y cabe esperar que no perecederos) halaguen un escrito para que algunos lectores, no precisamente incultos ni ignorantes, aunque tampoco exentos de adjetivos -ultos y -antes (moi même, confiteor deo et hominibus), tachen de la lista a autor y obra per saecula saeculorum, amén, y viceversa. Nada nuevo bajo el sol, que, al fin y al cabo, siempre ha tenido el pobre, a pesar de los pesares y la ciencia y todas las astronomías, la escasa y miserable anchura del pie humano.

17.9.08

Crisis, χρυσός

«¡Hay oro, Wayne, polvo de oro en todas partes! ¡Despierta! ¡Las calles de América están pavimentadas de oro!». Son las primeras palabras de ‘Hola América’ (1981), de J. G. Ballard, y las pronuncia, «excitado», McNair. «McNair pensaba en oro», se lee más adelante (no sé si cabría intercalar un «sólo» antes del verbo), «en cómo recoger esa cosecha de oro». Pero los espejismos son efímeros. «Es herrumbre, Wayne, la herrumbre de un siglo…», reconoce al fin McNair, con «torcida sonrisa dorada».

11.9.08

Fosse la gente di Nembròt attenta

Como se acaba ya el tiempo y el ocio y gira la rueda de la administración, pensaba dejar un apunte de broma, «las vacaciones son una treguatrampa», algo así, pero ha sonado el timbre y he cambiado de idea, porque, tras leer en este tiempo de ocio ‘La soledad de las vocales’ y ’Un montón de años tristes’, y en plena lectura de ‘Nembrot’ (voy por el capítulo 45: «A lo más que se puede aspirar es a una forma elemental de decencia», pág 201), debo dejar constancia de que quien llamaba era un mensajero urgente con un ejemplar de ‘Las estaciones de la muerte’, una prueba más de que el azar se cumple en las piedras del río y en las treguas estivales y en la vasta dimensión de lo escondido.

3.9.08

Productio

Sin embargo, Álvaro, «productio», en latín, si no ando equivocado, designaba la sílaba breve que por razones métricas se alargaba, se convertía en larga, lo que concede en origen al producto y a la producción una significación retórica (había también, creo, una acepción guerrera). Que, después, toda extensión, todo alargamiento, todo lo que se lleva más allá, en definitiva, toda «pro-ducción», haya cambiado de campo para asentar sus más altaneros reales en lo que llaman generación de riqueza no es más que un síntoma de la deriva industrial del hombre y las palabras.