22.11.08

Pirata

Desde que perdí el ojo, leo la mitad.

19.11.08

Ap, 13, 18

Acabo de padecer un ataque del maligno. He abierto el correo electrónico, la pantalla ha empezado a hacer chiribitas con los píxeles, el sistema me ha avisado de que el programa no responde y ha aparecido desierta la bandeja de entrada, pero con una advertencia apocalíptica en la barra de estado: «666 mensaje(s), 666 no leídos». ¡Hic sapientia est!

12.11.08

'Desde fuera' (de cerca)

I. El Aula de Literatura José Antonio Gabriel y Galán ha tenido a bien convocar esta sesión extraordinaria y ofrecer dos acontecimientos distintos en un solo acto verdadero: la presentación del programa del Aula para el curso 2008-2009, por una parte, y, por otra, la presentación de un libro de poemas. No puedo dejar de hacer un leve comentario sobre tan singular decisión. Reunir en esta mesa a los concurrentes que hoy la ocupan, que la ocupamos, dispuestos a intervenir, tiene algo que no sé si calificar de broma, de paradoja o de adecuación de la escenografía al acontecimiento, como esos poemas de vanguardia que acomodan la tipografía al contenido del texto y combinan la percepción visual con la semántica. Estamos aquí, pues, por una parte, quienes coordinamos el aula durante ocho años, al cabo de los cuales, fatigados y en franco desánimo, presentamos nuestra renuncia a la tarea. Están, por otra parte, quienes, animosos y entusiastas, decidieron hacerse cargo de tan grave labor. Estamos, pues, los que fuimos y los que son. Y como de lo que se trata, además, es de presentar un libro de poesía, un libro concreto de poesía, no estará de más subrayar que estamos aquí arriba los que vemos ahora las tareas del Aula ‘desde fuera’ y están los que las sobrellevan ‘desde dentro’. Así pues, releyendo estos días el libro que se presenta y considerando que más que lectores somos usuarios de la poesía, no he podido dejar de sorprenderme al llegar al último poema y encontrarme con estos cuatro versos: «No somos, en verdad, / sino cuatro personas que conversan con calma / y al hacerlo se sienten confortados por ello. / Amigos que celebran el don de su lenguaje», lo que viene a corroborar que los poetas, en cuanto vates, vaticinan o, al menos, escriben palabras de varia invención y aplicación.

II. Presentar un libro de Álvaro Valverde en Plasencia pudiera parecer casi una redundancia, pues a nadie se le escapa que al nombre de Álvaro Valverde se asocia de manera indisoluble el nombre de Plasencia, que hay una notoria reciprocidad entre el nombre del poeta y el de la ciudad, porque se alimentan mutuamente, porque el poeta se nutre en parte de su ciudad y porque lo que escribe revierte luego sobre la ciudad. Estoy seguro de que muchos de los presentes han leído sus novelas, ‘Las murallas del mundo’, que es la historia de un regreso y de un intento de recuperación de la ciudad que fue, y ‘Alguien que no existe’, que es la historia de una disolución y de una fusión con el espíritu perdurable de la ciudad, y que en ambas han sabido recorrer y reconocer los escenarios e incluso los personajes. Estoy seguro, asimismo, de que muchos de los presentes han sabido reconocer los escenarios (las calles, las plazas, los muros, los patios, el río) que le han servido en sus diversos libros de poemas, desde el primero (que no voy a nombrar) hasta este ‘Desde fuera’ del que hablamos, para que el hombre que vive, que pasa, que pasea, que mira, que contempla, que recuerda, que se desdobla, se deje llevar por sus meditaciones y siga los derroteros del pensamiento o del sentimiento que el escenario suscita, propone o evoca. Sin embargo, presentar un libro de Álvaro Valverde en Plasencia no es una redundancia, sino un pleonasmo, teniendo en cuanto que, frente a la redundancia, el pleonasmo, en cuanto figura retórica, añade expresividad, acentúa, enfatiza, duplica el sentido de las palabras. Es, en definitiva, añadir al libro una lectura. Vayamos, pues, al libro y a su lectura.

III. ‘Desde fuera’ es un libro de estructura transparente y simétrica, por lo que no quiero entretenerme en una descripción de partes. Además, me considero mejor lector de poemas que de libros de poesía, de modo que tampoco me atrevo a averiguar si el hecho de que un poema ocupe una u otra posición le otorga alguna plusvalía poética que no contenga ya en sí mismo. Basta, pues, ver el índice para advertir la antítesis de las secciones primera y última («Desde dentro» y «Desde fuera» se titulan) y basta ver también el índice para advertir la correspondencia entre los «Lugares del otoño» y «Sur», porque la geografía no se limita al escenario placentino, sino que se extiende hacia Brujas, Bruselas, Rótterdam, Deventer, por citar nombres de fuera, o Tarifa, Conil, Córdoba, Tánger, por mirar al sur y hacia dentro. Ahora bien, de la misma forma que, según escribió Galdós, «por doquiera que el hombre vaya lleva consigo su novela», de la misma forma, digo, por doquiera que Valverde vaya lleva consigo su mirada y lleva consigo su meditación, porque, como cabe deducir de un título tan paradójico como ‘Las murallas del mundo’, el mundo es este microcosmos en el que nos movemos y todas las expansiones son adyacentes de este microcosmos. Algo semejante podría decirse con palabras de Gonçalo M. Tavares, uno de los escritores que acudirán este curso al aula: «Por mucho que se ande, lo que se anduvo permanece en el cuerpo: se llama cansancio, fatiga, memoria», salvo que, según creo, también permanece lo que no se anduvo. En cualquier caso, la poesía de Álvaro Valverde no es cosmopolita, ni metropolitana, sino microcósmica y recogida, la expresión de un yo frente a los paisajes y los hechos, al margen incluso de que unos y otros sean cercanos o remotos y de menor o mayor andanza.

IV. Por otra parte, teniendo en cuenta que nos encontramos ante una ya larga trayectoria literaria, yo siempre he creído advertir en sus libros una especie, si se permite la expresión contable, de «suma y sigue», esto es, como una recapitulación de la expresión poética ya conseguida, un asentarse en los dominios conocidos, y un avance o una exploración de nuevos territorios, como el poema de largo aliento en ‘Una oculta razón’, «El canto suspendido» de ‘A debida distancia’ o las «Palabras privadas» de ‘Mecánica terrestre’. Es decir, que cada nuevo libro ha ido confirmando lo anterior y avanzando en la reflexión, en la meditación, en las consecuencias de la contemplación, en la ontología de la naturaleza, en la noción de lugar, y en los procedimientos, por ejemplo, en el desdoblamiento del sujeto, un doble desdoblamiento, cuando el que habla es un personaje interpuesto, sea un poeta, el fundador de una ciudad norteafricana o un prestigioso oftalmólogo, o cuando el desdoblamiento es dialogo interior, el yo con el yo tratándose de tú, el yo que contempla, medita y habla consigo mismo en segunda persona. Como confirmación de lo anterior, me voy a fijar en sólo un texto. «Tiene la muerte una medida exacta», dice el primer verso de un poema de 1991. Se titula «Cementerio alemán, Yuste» y pertenece a ‘Una oculta razón’. Los lectores de Álvaro Valverde saben que este poema inauguró un motivo poético, el cementerio alemán de Yuste, un paraje recogido, solitario y sobrecogedor, que varios y diversos poetas han ido haciendo suyo y desarrollando y recreando, hasta el punto de que alguien ha sugerido la posibilidad de una antología monográfica. Pues bien, ahora, al cabo de dieciocho años, el poeta regresa al cementerio alemán, pero a «la edad ignora cuándo / podría haber llegado el dulce fruto / final de la derrota» de entonces le sucede un «muchachos / que a destiempo cruzaron la frontera / que separa la vida de la muerte», y al «dulce fruto» se opone un contundente «respeto y humildad para los muertos, / más no, nunca jamás, para la muerte». No hay, como bien se aprecia, reiteración, sino perspectiva. A la cultura le ha seguido la experiencia y a la estética el dolor. De ahí el tono sombrío, la acentuada pesadumbre, la voz de la elegía.

V. Álvaro Valverde siempre ha sentido predilección poética, entre dichosa y melancólica, por la naturaleza, no en sentido bucólico ni geórgico, sino estoico, porque la naturaleza es el lugar del hombre y, en cuanto tal, es también lugar para el pensamiento y la meditación. Si nos entretuviéramos en subrayar los campos semánticos de la vegetación en su poesía, veríamos enseguida la fertilidad léxica de su recorrido. Pues bien, en ‘Desde fuera’ encontramos un «Imaginario» que, sin ser nuevo, es significativo. «Amo la sequedad», dice el primer verso de la serie. Son veinte poemas breves, algunos muy breves, de versos cortos, que también suman, profundizan en una variante de su poética. Yo también amo la sequedad y ante ciertos parajes áridos y ásperos me siento en el lugar que me pertenece, y al que pertenezco, y a menudo, cuando veo a lo lejos, desde el coche, un árbol solitario lamento no llevar a mano una cámara digital para apropiarme de la imagen. Por fortuna, versos como «sobre el yermo collado […] / un árbol solo» (del segundo poema de la serie) valen más que mis pobres imágenes, sean digitales o analógicas. Porque es ese «árbol solo» en la árida vastedad del paisaje el que se convierte en concepto, en noción poética para todos los árboles solos y para todos los contempladores del árbol solo en la paisaje. Y sin embargo, el último poema de «Imaginario» dice: «Mis temas, yo lo veis, / son los residuos, cuanto queda / del paso fugitivo de la vida», lo que nos conduce a una sola certidumbre: que tanto vale la «exuberante buganvilla» o «el verde de los pinos, / y el del mirto» como el «laberinto / de olivares sedientos, / de encinares de polvo» para que surja la misma serena meditación: que «no somos sino aquello que miramos» y que «por enésima vez tomo la senda / que sale de mí mismo y en mí mismo / se cierra».

VI. Pero, al igual que el poema de lago aliento o el canto suspendido o las palabras privadas a que me he referido antes, la sección de ‘Desde fuera’ que prefiero, la que más suma, es «Entonces la muerte», una elegía, cuatro poemas sinceros y emotivos que engrandecen el libro y que explican, por ejemplo, la doble perspectiva de los dos distantes poemas dedicados al cementerio alemán. Porque la muerte ha dejado de ser una noción poética para ser una realidad sentida. Me ha dado estos días por hacer comprobaciones, he venido a caer sobre la presencia de la muerte en el primer libro de Álvaro Valverde (cuyo título he dicho antes que no iba a mencionar, porque el autor lo ha eliminado de las bibliografías de solapa) y he encontrado seis poemas en cuyo último verso aparece la palabra «muerte»: «busca la justificación de tanta muerte», «nos muestra la tan dulce belleza de la muerte», «la perceptible huella de la muerte», «a puertos sin otro mercado que la muerte», «una batalla a muerte con la vida», «desde esta ventana de Lloyds se ve la muerte». He sacado la impresión de que aquella ya lejana reincidencia de la muerte era fundamentalmente verbal, más sublimación estética que verdadera realidad (compárese, por ejemplo, la «tan dulce belleza de la muerte» con «el dulce fruto / final de la derrota» del primer cementerio alemán). En «Entonces la muerte», la óptica del poeta ha cambiado. «En realidad, no sé / si vamos al encuentro de la muerte / o si venimos ya de su certeza», leemos, o «por eso dudo si vamos a morir / o de una vez por todas dejaremos / de estar ya en vida muertos». Es un motivo clásico, lo han utilizado, por ejemplo, Manrique, Quevedo o Bécquer (por limitarnos a poetas de los programas académicos y a su contexto histórico: la homilía medieval, el desengaño barroco o la insatisfacción romántica), pero aquí adquiere novedades. La muerte ahora es otra muerte. Ya no es lectura o tradición, sino experiencia, ya no es noción, sino sentimiento, ya no es aprendizaje sino conocimiento. Y precisamente por eso es ahora cuando «un árbol te ha devuelto la esperanza», porque cobra sentido «la visión humilde de un membrillo», y es ahora cuando se recupera toda la dimensión de «los seres y las fuerzas de este mundo / solar donde vivías; / donde, para mi bien, conmigo vives». Nunca he dudado de la madurez poética de Álvaro Valverde, pero tras la lectura de este libro bien puede decirse que el poeta está instalado en su madura madurez.

[Texto de presentación de 'Desde fuera', de Álvaro Valverde (Tusquets, 2008), leído en Plasencia, en Santa Ana y en la compañía áulica de Juan Ramón Santos y Nicanor Gil, el 11/11/08]

9.11.08

Bibliofilia

El 07/09/2008 me entregué en Madrid a la rutina: el Rastro, la ronda de Valencia, la ronda de Atocha por la acera de los impares, la librería del Reina Sofía (donde compré ‘Guerra en España’, de JRJ), La Libre (una librería diminuta y progresista que juega doblemente con la palabra, ‘La Libre/ría’). Pero lo que permanecerá con más fuerza en la memoria será el ejemplar de ‘Conversaciones con Kafka’, de Gustav Janouch, de la editorial Fontanella, que languidecía sobre un montón de libros viejos en un puesto de la plaza del Campillo del Mundo Nuevo, do desemboca la calle de Mira el Río Baja. Lo hojeé: 12 . Tuve un primer impulso de compra. Así lograría, al fin, un objetivo perseguido durante años, hace, por desgracia, demasiados años. No sé cuándo tuve conocimiento de la existencia de ese libro, a finales de los ochenta o principios de los noventa, creo, pero sí recuerdo con cuánto afán, con cuánta urgencia y cuán en vano lo busqué. Con el tiempo, perdida la esperanza y aletargado el propósito, el libro apareció, para mi sorpresa, en la editorial Destino, en septiembre de 1997. Lo compré entonces, lo leí, lo subrayé e incluso, considerando lo que tiene de evangelio, lo regalé a algún que otro kafkiano de poca fe. Por eso, el 07/09/08, con la edición de Fontanella en las manos tuve ese primer impulso comprador. Pero me contuve. Ya no sería un libro, sino un trofeo, me dije, una pieza solitaria de vitrina, mera bibliofilia. Decidí, pues, no comprarlo y dar a alguien con más entusiasmo la oportunidad de encontrarlo, de tenerlo, de exhibirlo. Repetí la rutina dominical el 02/11/08 y me asomé por curiosidad al montón de libros viejos en el Campillo del Mundo Nuevo: allí estaba o seguía el pobre Janouch a 12 en la fontanella que mana y corre y no baja al río. Allí lo dejé. Pero he tomado una determinación justiciera: la próxima vez lo compraré, ahora ya por respeto, por cortesía, por los viejos tiempos, como un buen caballero ante el rapto de la princesa. No será una compra, pues, sino un rescate.

2.11.08

Narratórica

El que cuenta no cuenta.