29.11.09

Tin tachín ná

«Había estado más que dispuesto a conceder a la gente de la escuela el derecho a tener un lenguaje o una lógica extraños», escribe Alice Munro, en ‘La vista desde Castle Rock’ (pág 115), sobre la primera experiencia escolar de su padre, en torno a 1913, de lo que puede fácilmente deducirse que, al cabo de un siglo, o de los siglos, nada cambia, o cambia poco, que la falta de concordancia entre el conocimiento y la experiencia es mal común en los años de estudio (incluso no obligatorio) y que el error sólo se advierte cuando todo remedio ha sido derrotado por las necesidades de la sobrevivencia. De ahí que, aunque sea (que no lo sé) recurso de la traducción castellana, una ilustración que cuadra muy bien a este propósito sea el padre de Alice Munro entrando de niño en una papelería diciendo: «Tin tachín ná». A saber: tinta china.

25.11.09

¡Olé! y cielo

Como todos los palíndromos están en google, enredados en blog o en páginas de vario capricho («Anita, la gorda lagartona…», por ejemplo, suma 19.200 resultados), cuando de pronto, impensadamente, advierto uno (se me ocurre, quiero decir), consulto enseguida, con precaución, sin esperanza, para caer sin más en el lóbrego y blóguero desaliento del aficionado que llega tarde al pasatiempo porque se adelantó un usurpador. Por eso me ha sorprendido que el poderoso arsenal del universo virtual no arroje ni un solo resultado (aunque enseguida saldrán varios, repartidos por ahí, multiplicados) con ¡OLÉ! Y CIELO, tan menudo, tan humilde, que, por lo demás, tanto podría ser un titular festivo, el resumen de un festival falmenco al aire libre o, en fin, un título sin cuerpo (olé sin piedra) del sin par Saúl Olúas.

23.11.09

Neoyurnalia

¡Luz y taquígrafos!, clama el intrépido reportero insertando el micrófono en la boca incesante —¡qué peligro!-- del presunto imputado.

12.11.09

Pseudones

Nadie rebaje a lágrima o colirio
la vaga niebla de las cataratas,
turbias repercusiones del delirio
de los dioses, o sea, un par de erratas.

9.11.09

Guajira

Mira qué te digo, hermano:
que la marca de Caín
no era el muro del Berlín
sino el foso vaticano.