17.5.13

Vaticinio

Si aún hay justicia poética
en aqueste mundo herético
esta copa penibética
—no hay estética sin ética—
ha de ganarla el Atlético.

15.5.13

Formulación

Que mucha gente ha interiorizado los modos y los modales de los pilotos que pugnan entre sí en los sinuosos circuitos de carrera desparramados por el mundo, tal vez, sobre todo, como consecuencia de la propaganda de la «fórmula uno» (tales los efectos del consumo televisivo indiscriminado: que las imágenes se instalan de manera indeleble en la subconciencia y modifican las conductas), lo tengo de sobra comprobado cuando voy con prisa por alguna de las calles que nacen o mueren en la plaza, en especial por la calle del Sol, pues no es infrecuente que el individuo que camina delante de mí, más peatón que transeúnte, con la estrategia defensiva de los pilotos que aspiran al podio y se entregan a sucias maniobras, me corta el paso ahora por la derecha ahora por la izquierda ahora frenando en seco, como si llevara un retrovisor incorporado y quisiera evitar a toda costa que yo pudiera adelantarlo y llegar en primera posición ante los santos y los reyes que aguardan en boxes, a saber, san Pedro de Alcántara, en humilde pedestal, y el rey Alfonso VIII, en insigne caballo.

1.5.13

Encabalgamiento

El título de un libro en un escaparate, ‘Todas las criaturas grandes y pequeñas’, me hace evocar unos versos que ideé ad hoc para mostrar el sentido que a veces podía tener en métrica el encabalgamiento. Dígase, por ejemplo, el siguiente verso, proponía:

En las ciudades grandes y en la chicas...

para, tras una pausa, forzando incluso los puntos suspensivos con la sugerencia tramposa de un análisis gramatical, terminar la estrofa tal que así:

En las ciudades grandes y en la chicas
que recorren sus parques por la tarde
siempre advierte el tahúr un turbio alarde
de espadas, bastos, tréboles y picas,

donde, por cierto, sólo el primer verso y la mitad del segundo eran fijos. Con los cursos, dadas a la improvisación, las chicas recorrieron los parques en otras muchas circunstancias —solitarias, en verano, por la noche, con tristeza— de las que en cada caso dependía, naturalmente, el ingenio consonante, la musa súbita. ¡Qué tiempos!