15.7.13

Senecta

Ayer comprobé, no sin sorpresa, que he entrado en una nueva dimensión. Iba yo pensando musarañas underground en la línea cuatro cuando en Avenida de América un joven me cedió el asiento. Como nunca me había ocurrido nada semejante ni jamás me había visto en tal aprieto, sentí en el acto una extraña perplejidad. Rechacé la cortesía, naturalmente, porque estaba ya llegando a mi destino, pero sobre todo, según pensé después, por presunción, como si yo no fuera todavía lo que estaba viendo y catalogando con perspicacia juvenil el joven. Subiendo luego las escaleras hacia la Plaza de la Prosperidad recordé la ocasión en que una madre reconvino a un chiquillo en un paso de cebra. «Deja pasar al abuelo», dijo. He aquí los verdaderos signos de la edad, medité: ni fe de bautismo, ni despedidas profesionales, ni ocio ocioso, ni pacto de Toledo, sino un sitio en el metro, preferencia de paso y lo que te rondaré, moreno.