25.1.15

Habitación en W

I. Tengo que empezar pidiendo disculpas a la audiencia en general y a Álex Chico en particular, pues no sé qué puede haberle hecho pensar que soy persona adecuada para presentar un libro de poesía. En realidad, y en lo que a poesía se refiere, creo que sólo estoy en condiciones de participar en la presentación de libros de Álvaro Valverde y también, acaso, de Juan Ramón Santos. Desconozco las evoluciones de la poesía contemporánea, no entiendo de escuelas, ni de generaciones, ni de influencias, ni de las grandes líneas de la lírica occidental del siglo XXI. Apenas tengo, pues, nivel de usuario, incluso de usuario parcial, intermitente y electivo, casi diría anticiclónico. En más de una ocasión he manifestado, por ejemplo, mi incomprensión de los libros de poesía en cuanto tales, como conjunto estructurado y unitario de poemas, y no es raro que a veces haya tenido que preguntar a poetas amigos el porqué de la organización de un determinado libro, porque a mí se me escapan las razones. A este respecto no deja de ser significativo que la lengua tenga una palabra como «novela» para las novelas o «drama», «comedia» y «tragedia» para las obras de teatro, pero que no haya una palabra específica para las colecciones de relatos ni, en rigor, para los libros de poesía. Verdad es que algunos poetas usan la palabra «poemario» (Álex Chico es uno de ellos, Víctor Peña también, porque los jóvenes carecen de pudor léxico), pero «poemario» no tiene más significado que colección o sucesión de poemas, al igual que, por ejemplo, «rosario» es, literalmente, sucesión de rosas más o menos uniformes o, metafóricamente, de avemarías, «relicario» es depósito de reliquias y «herbolario» colección de plantas secas y medicinales (la palabras derivadas siempre muy por debajo de la palabra primitiva). Después, una vez configurado el libro, cada poema ha de defenderse por sí mismo a solas y ha de hacerlo a menudo en competencia con los demás poemas del «poemario» (con perdón) en que está incluido. Prueba de ello es que, con el tiempo, el poema que aventaje en calidad o importancia a sus compañeros de volumen tal vez pase a formar parte de alguna antología generacional o de las sucesivas antologías personales a las que muchos poetas suelen acogerse. Y no estará de más señalar aquí que la palabra latina sinónima de «antología» es «florilegio», que, a su vez, es más o menos sinónima de «rosario», lo que a la postre viene a convertir los poemas en rosas, o en flores, ya sean flores del bien, ya sean flores del mal.

II. En cuanto tales, los libros de versos reclaman para cada poema una doble consideración, pues a la que le viene dada por su propia autonomía hay que añadir la que adquiere por contagio con los demás poemas. Digamos, pues, que significa primero por sí mismo y significa después por el valor añadido del conjunto. Y es en esta segunda lectura en la que yo me pierdo o no puedo prescindir de alguna deformación y tratar de ver ‘Habitación en W’ como un texto narrativo, no de episodios, peripecias ni aventuras dramáticas, sino dispuestos de modo creciente hacia un desenlace. El propio Álex Chico propone en realidad esta idea cuando evoca en «Nota del autor» (y toda nota de autor es un indicio de lectura) las memorias de Jean-Paul Sartre, ‘Las palabras’, cuyos dos únicos capítulos se titulan, respectivamente, «Leer» y «Escribir», las dos caras (no me atrevo a decir que cara y cruz) de una dedicación plena y, a pesar de los pesares, satisfactoria. Por eso, los tres primeras partes se titulan «Lecturas», «Escritorio» y «Entre líneas» y se alinean en campos semánticos paralelos que remiten a una actividad y a una actitud que podría calificarse, en sentido amplio, de literaria y, en sentido estricto, de «poética», y por eso la última parte, con un solo poema, se titula «Habitación» y nombra el lugar en que se producen las lecturas, la escritura y los movimientos intermedios, un espacio que es el lugar del sujeto, del poeta, y que es al mismo tiempo, por extensión o por reducción, el propio poeta.

III. Las «Lecturas» son primordialmente literarias, como es lógico, aunque, teniendo en cuenta la atracción poética que sobre Álex Chico ejercen los lugares, haya también lectura pictórica (no olvidemos que hoy todo se lee, de manera fundamental los partidos de fútbol por parte, sobre todo, de los centrocampistas). Se trata de enumeraciones visuales, poéticas o narrativas, sobre temas, motivos o episodios de Sebald, Modiano, Perec, Tabuchi, Blas de Otero, Hopper, con los que cada lector tendrá una mayor o menor cercanía. Yo leí mucho antaño, por ejemplo, por afinidades «oulípicas», a Georges Perec, una de cuyas novelas, por cierto, se titula ‘W o el recuerdo de la infancia’. He leído a Sebald, a Modiano (que ahora además está en todos los escaparates), a Tabuchi. Y quiero entender lo que a mi conocimiento de estos autores aporta la visión de Álex Chico: la cámara trazando una panorámica poética y objetiva en una plaza de Berlín, el viaje como retorno, la construcción de los lugares de la memoria, etcétera. No he leído, sin embargo, a Heinrich Mann (por culpa de su hermano, probablemente), pero no puedo negar que el poema que aquí se le dedica no necesita de mi conocimiento del personaje y que me conmueve narrativamente cómo «en este invierno, camina / muy lentamente entre los árboles», cómo «descubre que en la huida / todas las calles parten al final de un mismo punto», cómo advierte que «la vida consiste en continuar, sin más, hacia delante». No importa, pues, nuestro mayor o menor conocimiento del personaje o de su obra, porque Álex Chico actúa aquí doblemente: como lector y como personaje, por una parte (lo que quiere decir que se ve a sí mismo en los referentes de sus lecturas, que las lecturas son un viaje de ida y vuelta a un texto, a una idea, a un autor), y como intermediario entre el lector y los personajes, por otra, y, al final, acción y contemplación quedan igualadas en la expresión poética, que es lo que se pretende y lo que se consigue: que los poemas «signifiquen» por sí mismos al margen de sus referentes, de sus puntos de partida o del regalo de los dioses. Con todo, diré que la «lectura» que mejor entiendo es «Encuentro», porque me resultan familiares las «aguas detenidas», los «límite del mundo / que construyó murallas», el «cementerio de Yuste / con ciento ochenta tumbas de soldados alemanes» o el «recuerdo de alguien que no existe». Pues, en este caso, también yo participo del plural del verbo «somos», del «Somos amigos. / Eso nos basta».

IV. Los poemas de «Escritorio», brevísimos, van desde el lugar físico de la lectura y la escritura, donde el poeta se sumerge, hasta el lugar intelectual o inmaterial en que surge la poesía, que es el límite entre la sombra de la realidad y la luz a que aspiran las palabras («la línea de sombra» es la imagen de ese límite), que «no es un lugar / es su reverso. / El territorio de las contradicciones». Viendo las nociones de lugar, tan frecuentes en Álex Chico, he recordado unas palabras del último libro de José Ángel Cilleruelo: «El desconocido nexo común de la poesía del presente posiblemente se descubra en el protagonismo del espacio en la comprensión poética del sujeto y la realidad, en la conceptualización del espacio no como recurso literario, sino como ‘tema’ central del ser contemporáneo, que tal vez haya empezado a dejar de sentirse tiempo para comprenderse como lugar. Como encarnaciones de un lugar» (‘Almacén. Dietario de lugares’, 103-104). Desconozco si esto es así realmente (ya he avisado sobre mi ignorancia lírica), pero nada me sorprendería que Álvaro Valverde y Álex Chico compartieran la afirmación.

V. Y están, en fin, el poema «Entre líneas», con lectura par e impar, y los poemas de «Entre líneas», la tercera parte del libro, que contiene algunos de los poemas más recogidos, reflexiones sobre el tiempo, el lenguaje y los lugares—«Dejemos hablar al lenguaje», «Escribir no es más que estar atento», «Tú eres esos lugares. / El cuarto en el que escribe»—, poemas largos, descriptivos, como los de «Lecturas», a veces meditativos, a veces episódicos, con enumeraciones instantáneas, fotográficas, impresionistas, tanteos o anticipaciones, como procedimiento de observación y de expresión de la realidad, que se resuelven a menudo en paradojas: lo detenido avanza, las sombras construyen luz, la soledad se comparte, el silencio habla, llegar es regresar, regresar es avanzar, el pasado es un comienzo, etcétera.

VI. Decía antes que las tres primeras partes del libro conducen en gradación creciente a un texto único y final, en prosa (prosa poética, si se quiere), que se titula «Habitación». Y ha sido este cierre, o desenlace, que, por lo demás remite al título general, el que ha hecho que durante la lectura me vinieran sucesivamente a la cabeza dos de las «habitaciones» que cuentan con mayor número de referencias literarias. La primera «habitación» es la de Pascal, ya se sabe: «He descubierto que todas las desgracias de los hombres provienen de una sola cosa: que es no saber permanecer en reposo en una habitación» («tout le malheur des hommes vient d’une seule chose, qui est de ne pas savoir demeurer en repos dans une chambre»). La segunda «habitación» es la de Virginia Woolf: «Una mujer debe tener dinero y una habitación propia para poder escribir novelas», más aún, «una habitación tranquila y a prueba de sonido», y todavía añade: «quinientas libras al año y una habitación con un pestillo en la puerta para poder escribir novelas o poemas». Tal vez no tengan nada que ver estas «habitaciones» con la «habitación en W» de Álex Chico salvo la que viene marcada por la evolución de los tiempos, esto es, que al carácter moral de la habitación de Pascal y a la categoría sociológica de la habitación de Woolf le suceda la habitación poética de Álex Chico. Puede decirse, pues, que el poeta no sólo dispone ya de habitación propia y que es capaz de permanecer en reposo en esa habitación (dejemos de lado las quinientas libras), sino que se trata de una habitación a un tiempo extensa e intensa, que contiene por una parte el mundo y es por otra una prolongación del sujeto y, por tanto, el centro de la actividad poética. «Te preguntas cómo nombrar / un espacio que no existe», que acaso sea «el lugar de los fantasmas», se lee en páginas anteriores, el punto fronterizo entre la vida y las palabras donde si sitúa el poeta, para ir de de un lado a otro, zigzagueando, hasta ser la propia habitación. No me atrevo a pronunciar la palabra «mística» (a la manera juanramoniana, se entiende: «soy animal de fondo de aire»), pero el final es claro y concluyente: «No soy más que una habitación […] Quizás ya no quiera ser más que una habitación, invadida y solitaria. / Sin poder salir de un lugar que alguien, una vez, llamó W». No me digáis que en la determinación poética no hay cierta voluntad narrativa.

[En La Puerta de Tannhäuser de Plasencia a 24 de enero de 2015]

23.1.15

A pie de barra

«Ni todos los curas son pedófilos ni todos los políticos corruptos, pero ‘cuidao’ con ello».

19.1.15

Conferre

«Ellos nos llaman ‘nazis’ y saben que no lo somos. Nosotros los llamamos ‘comunistas’ y sabemos que no lo son. Pero parece que conviene hablar así», anotación del viernes, 18 de mayo de 1956, Adlofo Bioy Casares, ‘Borges’, Destino, 2006, pág. 162-163.

13.1.15

Paseo

Si la distancia es el propósito (llego a casa preguntándome), por qué los militantes del footing también cogen en las rotondas los atajos.

10.1.15

Pulso

«No me temblará el pulso», dicen a coro los dirigentes y en la misma sintaxis se advierte el párkinson.

5.1.15

Guardaespaldas


3.1.15

Guía y métrica de la ciudad

Ha seguido Juan Ramón Santos una deriva inversa a la común en muchos escritores: ha publicado primero libros de relatos, «cortometrajes» y una magnífica y voluminosa novela —‘Biblia apócrifa de Aracia’ (Libros del oeste, 2010)—, antes de escribir y dar a conocer su primer libro de poemas. No se ha acercado, por tanto, a la disciplina poética ensayando balbuceos líricos de poeta en ciernes ni como medio inicial de aprendizaje retórico o sentimental. Antes al contrario, ha escrito ‘Cicerone’ (De la luna libros, 2014) desde la madurez, dueño plenamente ya de los recursos temáticos y estilísticos de su escritura, lo que significa que, como debe ser, ha sido el contenido previo el que ha exigido su propio acomodo formal, esto es, su expresión poética, y, en consecuencia, el poeta, aun siendo los asuntos generalmente narrativos, les ha dado el ropaje métrico pertinente, un ritmo clásico de heptasílabos y endecasílabos sin escorzos ni contorsiones. Tales son las armas que lo han convertido, en efecto, en cicerone y guía de un recorrido en el que el callejero y los escenarios de la memoria se confunden para trazar una leve biografía de la experiencia urbana —«el insondable mapa de la vida»—, un itinerario oblicuo, en suma, en el que el río, la isla, la plaza o el martes conviven con la infancia o con la adolescencia, se evocan con la melancolía del tiempo antiguo y, desde la distancia de la edad, se interpretan como signos (no necesariamente favorables). A fin de cuentas, ninguna ciudad es lo que quiere ser ni lo que cree ser, sino el fruto y la suma de numerosas percepciones singulares.