Cristina Fernández Cubas
I. Cuando supe que iba a venir CFC a La Puerta de Tannhäuser
no pude dejar de evocar (y de contárselo a unos y otros con cierta presunción) la
primera vez que coincidí con ella. Era el verano de 2001 (si la memoria no me
falla, porque uno recuerda más los hechos que las fechas) y tuve la suerte de
pasar un día entero en la piscina natural de Hoyos en compañía de la propia
Cristina, de Carlos Trías, de Javier Fernández de Castro y de Demetria Chamorro.
Casi podría decirse que fue una jira (jira, con jota), pues habían tenido la
precaución de llevar abundancia de provisiones para una surtida y prolongada merienda
campestre y, además, el agua de la piscina proporcionaba la temperatura
adecuada al vino de pitarra que comprábamos en un chiringuito aledaño y providencial.
Y luego estaba, sobre todo, la conversación, una conversación diversa y
sucesiva, amena e inteligente, a la que yo asistía con la discreción del recién
llegado y la aplicación del aprendiz. Eran entonces felices y apacibles y
sorprendentes los veranos, sin nada que los volviera inquietantes o
perturbadores. No podía negarme, por tanto, a participar ahora, tantos años
después, en la presentación de La
habitación de Nona, que ya fue Premio de la Crítica y que acaba de obtener
ahora el Premio Nacional de Narrativa, y, más aún, en esta Puerta de
Tannhäuser, donde vamos siendo tan habituales. Procedamos, pues.
II. CFC ha publicado hasta el momento seis libros de relatos:
el primero, Mi hermana Elba, en 1980;
el sexto, La habitación de Nona, en
2015. Los cinco primeros fueron recogidos en 2008 en un solo volumen, Todos los cuentos. Por tanto, el acceso
a la narrativa breve completa de CFC es fácil. Y es también altamente
recomendable. Verdad es que CFC ha escrito también un par de novelas, o incluso
tres, si sumamos la que publicó como Fernanda Kubbs (que apenas es una
alteración de sus apellidos), pero no es menos verdad que su prestigio va
indisolublemente unido al cuento. Suele ocurrir lo contrario: que a quien escribe
cuentos y novelas le dan prestigio las novelas, como si el cuento fuera una
ocupación menor, de entrenamiento. No es el caso de CFC. En los últimos años
han surgido muchos escritores jóvenes empeñados de manera primordial en la
escritura de cuentos y han surgido editoriales igualmente empeñadas en publicar
libros de cuentos e incluso sólo libros de cuentos. Pues bien, CFC es en este
sentido la gran pionera, la figura más representativa del cuento literario en
los últimos 35 años, que son los que han transcurrido desde su primera aparición
en los Cuadernos Ínfimos de Tusquets, aquellos libritos plateados que
precedieron a la colección Andanzas. Y cabe añadir que, pese a todo, los
cuentos publicados por CFC apenas sobrepasan las dos docenas.
III. Y sobre ellos ha dicho CFC: «En general, sitúo mis
cuentos en escenarios cotidianos, perfectamente reconocibles, en los que, en el
momento más impensado, aparece un elemento perturbador.
Puede tratarse de un ave de paso o de una amenaza con voluntad de permanencia. En
ambos supuestos, las cosas ya no volverán a ser las mismas. Algo se ha quebrado
en algún lugar». Fernando Valls, por su parte, en el prólogo a Todos los cuentos añade: «En efecto,
todos sus relatos aparecen plagados de situaciones inquietantes, de vueltas de tuerca
y sueños convulsos que a veces se convierten en pesadillas. Y en esos mundos de
límites imprecisos, varias son las fuentes de inquietud: la visión de la
realidad desde perspectivas insólitas; la alteración del tiempo y del espacio;
la fatalidad; el viaje (o el desplazamiento) iniciático, pero también los espacios
cerrados; el conflicto entre lo inexplicable y la razón; la otredad; los
silencios tensos y agobiantes; las obsesiones y la duda sobre la identidad». Cada
uno de estos ingredientes temáticos señalados por Valls podría subrayarse. Algunos
de ellos, además, aparecen en La
habitación de Nona. Pero yo voy a subrayar sólo un par de adjetivos. Ha
utilizado CFC el adjetivo perturbador
y ha recurrido Valls al adjetivo inquietante
(mías han sido las cursivas en ambos casos) y ambos adjetivos —perturbadores e inquietantes— flanquean siempre, como dos fieles guardianes, las opiniones
críticas que se hacen sobre los cuentos de CFC. A ellos se añade, naturalmente,
como locución adjetiva, otra vuelta de
tuerca, esa casi definición de género en que se ha convertido el título de
Henry James, la definición de una indefinición, la imposibilidad de insertar lo
incomprensible en la placidez de una realidad átona y sin aristas. Bien. Eso es
lo que vamos a encontrar siempre en los relatos de CFC: perturbación, inquietud
y «otra vuelta de tuerca» (obsérvese, no obstante, que el sustantivo inquietud, en lo que a desasosiego se
refiere, no está a la altura del adjetivo inquietante).
IV. En cuanto a La
habitación de Nona cabe decir que reúne seis cuentos a los que sin duda les
convienen los adjetivos mencionados. Cabe decir también que tres de estos
cuentos (o quizás cuatro) tienen la infancia como centro: no en vano es en la
infancia donde más permeables resultan las fronteras entre lo real y lo
irracional. No es difícil, por lo demás, apuntar alguna obviedad sobre cada uno
de los cuentos, aunque siempre serán sólo apuntes meramente tentativos. Puede
decirse, por ejemplo, que «La habitación de Nona» (el cuento que da título al
libro) plantea un conflicto de identidad en el territorio en que la imaginación
y la realidad se confunden. Que en «Hablar con viejas» es la abuelita la que actúa
al servicio del lobo; no me atrevo a decir que sea una inversión de Caperucita,
pero podría intentarlo. Como podría decir que «El final de Barbro» reinventa
los cuentos populares con madrastra. «Interno con figura» podría servir como un
ejercicio práctico, es decir, sobre cómo se escribe un cuento o sobre cómo a
partir de una casualidad cotidiana (o no tan cotidiana) CFC escribe un cuento,
si bien, más que la práctica narrativa lo interesante es el enigma
indescifrable que se esconde tras las palabras de la niña que observa Interno con figura, el cuadro de Adriano
Cecioni que figura como portada del libro. Tiene CFC un libro de memorias,
titulado Cosas que ya no existen, del
que puedo decir dos cosas. La primera demostraría que su autora contempla la
realidad, la propia experiencia, con ojos de escritora de cuentos y como tal
escritora narra esas experiencias: por eso a esas memorias le concedieron un
premio de cuentos, el NH, si no estoy equivocado. Y la segunda mostraría cómo
los relatos de CFC parten de esa experiencia y de esa observación de la
realidad. Escribe esas memorias, dice, porque «estaba empezando a cansarme de
los préstamos que la realidad (mi realidad) concedía a menudo a la ficción (mi
ficción)», «de disfrazar recuerdos», concluye. Pues bien, en «Interno con
figura» tal vez se aprecie cómo los préstamos de la realidad se convierten en
cuentos, cómo la realidad acaba en cuento. Sigo. «La nueva vida», en cambio,
habla sobre la recuperación (imaginaria) del pasado como medio de aceptación
del presente, una tarea ciertamente difícil: «El pasado seguía un guión de
hierro; no admitía improvisaciones». Y, en fin, «Días entre los Wasi-Wano» es
la historia de un verano en que las asechanzas de la realidad interfieren en
hermosas ficciones de antropólogo sobre los «pacahuara» y sobre los «wasiwano».
Como se ve, estas aproximaciones tentativas apenas son píldoras indoloras. Lo
importante es el todo: la totalidad de cada cuento y la totalidad del libro. Puedo
añadir, no obstante, «píldoras» ajenas. Parece, por ejemplo, que sobre los dos
primeros cuentos la propia CFC ha hecho un resumen admonitorio: «¡Cuidado con
los amigos imaginarios!», ha dicho sobre el primero, y «¡Cuidado con las
viejas!», sobre el segundo. Y Fernando Valls propone otras admoniciones para el
resto: «¡Ojo con la imaginación!», «¡Atención a las madrastras!», «¡Cuidado con
quedarse anclado en el pasado!» y «¡No caigamos ni en la cobardía ni en los celos!».
Personalmente, siempre me ha parecido que nos escondemos en lo que los teóricos
llaman «los temas» para tener un sistema de clasificación, una entomología de
la literatura, una nomenclatura. Por eso lo que me interesa no es la identidad
o la madrastra, sino la peripecia de los distintos personajes que inventa CFC
(Nona, Barbro, Tristán, Valeria, etcétera), su singularidad, la parte
específica de esas narradoras con toda la imaginación e incluso toda la felicidad
de la infancia. O la desdicha, si es desdicha lo que se esconde tras las
palabras de la niña que comenta el cuadro de «Interno con figura». En resumen,
mejor leer y releer que clasificar.
Plasencia, 26 de noviembre de
2016