Palíndromos
Como se sabe, los palíndromos son frases (o palabras, pero en las palabras no hay mérito añadido) que se leen igual de izquierda a derecha que de derecha a izquierda y, como también se sabe, «Dábale arroz a la zorra el abad» es la representación castellana más universal de tan entretenido artificio retórico. Hay otros muchos palíndromos memorables, desde el medieval latino «In girum imus nocte et consumimur igni» hasta el contemporáneo «Anita, la gorda lagartona, no traga la droga latina», y todos ellos esconden bajo la superficie jovial un contenido secreto, ambiguo, indescifrable, ya sea la droga latina, el fuego de la noche o los inusitados enredos monacales del abad con la zorra. Cabría pensar que la fascinación que provocan estas diversiones no tiene más fundamento que el de entregarse al ocio lúdico de las palabras, al puro juego vacío de la sintaxis o a la torsión semántica que proviene de una estricta y a veces disparatada sinrazón fonética, esto es, a la magia de palabras incompatibles combinadas sin más criterio que la caprichosa e irracional prestidigitación de los espejos. Mas, por mi parte, quiero creer que la seducción de tales malabarismos no se basa sólo en las manifestaciones visuales o epidérmicas del ingenio ni en la mayor o menor agudeza aforística o enigmática del oráculo, sino que bajo la atracción subyace nuestra conciencia primitiva de la vida. Existe otra palabra, próxima a «palíndromo», menos conocida, de escaso uso, y de poderosas resonancias épicas, por la que siento especial simpatía. Es la palabra ‘bustrófedon’, que viene a ser la versión gráfica o visual del palíndromo, una manera de escribir en la antigua Grecia que consistía en trazar un renglón de izquierda a derecha y el siguiente de derecha a izquierda y cuya etimología la hace proceder, a su vez, del modo de arar con bueyes surco a surco, el eterno recorrido de ida y vuelta de las tareas del labrador (los trabajos y los días siempre han ido, al fin y al cabo, por delante de los caminos de la lengua, las fatigas se han anticipado siempre a las metáforas). Pues bien, cada palíndromo y cada bustrófedon reproducen la mayor parte de los movimientos del hombre, el continuo ir y volver en que se va el vivir, un continuo volver además, dada la inercia, por el mismo camino y sobre las propias huellas. Desde el asunto más cotidiano, como salir a comprar el pan, hasta la aventura del viaje más extraordinario, y tanto da que este salir y este viajar se entiendan en sentido literal o figurado, todo es ir y volver, hacer el camino y deshacerlo, repetir a la vuelta el itinerario de ida. En eso consiste la vida y esa es su consistencia. Eso era lo que hacían los bueyes de la antigua Grecia, lo que hacía Sísifo y lo que mansamente ha seguido haciendo a lo largo de los siglos el común de los mortales, ir y volver por la misma senda, por el mismo surco que lo condena a un tiempo y a un territorio inagotables. Ir y volver: como diría Hamlet, de eso se trata.
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