Chopos del Jerte
Yo imité mucho de joven a Juan Ramón Jiménez y escribí un sinfín de romances bajo el título ‘Los chopos del Jerte’, a la maniera de ‘Arias tristes’ (si bien el título combinaba ‘La colina de los chopos’ con ‘Romances de Coral Gables’, vinculación del árbol al nombre propio), y otro sinfín (no tan infinito) de sonetos, al amparo de los ‘Sonetos espirituales’, como si yo también me arrancara el corazón y —en la «isla fluvial / muy amena y umbría»— siempre fuera octubre. Todavía recuerdo el primer cuarteto del soneto de que quedé más satisfecho. Decía:
Calenturas de odio sobre el llanto,
mirada del camino que renueva
las estrellas del llanto y que nos lleva
presos de rabia al mudo desencanto…
He olvidado por completo, sin embargo, los romances, tan rabiosamente octosílabos como melancólicos, y los evoco ahora, al leer en ‘Plasencias’ (Álvaro Valverde, De la luna libros, 2013, pág 31), sobre los chopos:
que en verano seducen por su sombra;
en otoño, por su melancolía;
en invierno, por su desolación
y en primavera, quizá, por su verdura.
Y es que en aquellos romances míos de antaño sólo había intensidades amarillas (tal vez de oro) y dulces melancolías, esto es, patologías de un lirismo menor, sumiso y subordinado, que anulaban con sus frágiles asonancias la verdura, la sombra y, sobre todo, la desolación. Lejos de aquellas calenturas mías, aquí estoy ahora complacido en ‘Plasencias’ contemplando desde el mirador los atributos sobrios y serenos de la Isla en febrero: el invierno y la desolación.
Calenturas de odio sobre el llanto,
mirada del camino que renueva
las estrellas del llanto y que nos lleva
presos de rabia al mudo desencanto…
He olvidado por completo, sin embargo, los romances, tan rabiosamente octosílabos como melancólicos, y los evoco ahora, al leer en ‘Plasencias’ (Álvaro Valverde, De la luna libros, 2013, pág 31), sobre los chopos:
que en verano seducen por su sombra;
en otoño, por su melancolía;
en invierno, por su desolación
y en primavera, quizá, por su verdura.
Y es que en aquellos romances míos de antaño sólo había intensidades amarillas (tal vez de oro) y dulces melancolías, esto es, patologías de un lirismo menor, sumiso y subordinado, que anulaban con sus frágiles asonancias la verdura, la sombra y, sobre todo, la desolación. Lejos de aquellas calenturas mías, aquí estoy ahora complacido en ‘Plasencias’ contemplando desde el mirador los atributos sobrios y serenos de la Isla en febrero: el invierno y la desolación.
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