6.5.05

Constatación de la mirada

El espectador se encuentra de frente con las hojas horizontales de dos ventanas tras cuyos cristales, salpicados por la lluvia, discurre una serie narrativa. «Nada queda sin la constatación de su mirada» reza el título, un verso doblemente explícito: porque se ajusta a la imagen y porque incluye una rigurosa definición del arte, del oficio y del afán de Antonio Covarsí: constatar la existencia de la realidad a través de la aplicación singular de su mirada. No se trata, pues, de la aplicación del tópico: que el objetivo de la cámara sea prolongación de los ojos del fotógrafo y que ojos y objetivo sean la suma o la combinación de la técnica y el hombre, porque hace tiempo que quedó sobreseído el atractivo léxico que derivaba del hecho de que precisamente la palabra «objetivo» se convirtiera en el nombre común del «ojo» de la cámara y pusiera así de manifiesto no sólo la oposición radical entre «objetivo» y «subjetivo», sino, sobre todo, la exclusión del hombre (el sujeto) de toda definición neutral de la realidad (el objeto) y su sustitución definitiva por el objetivo de la cámara. «La naturaleza que habla a la cámara es distinta de la que habla al ojo», escribía Walter Benjamin en 1931; «distinta sobre todo porque, gracias a ella, un espacio constituido inconscientemente sustituye al espacio constituido por la conciencia humana». Pero la fotografía abjuró pronto del espejismo de una naturaleza técnica que la condenaba a ser sólo representación «objetiva» y documental de la realidad y prefirió que el «objetivo» se volviera «subjetivo» y que las imágenes alcanzaran significación poética. El espacio dejó de ser un azar inconsciente y fue el fotógrafo el que advirtió la condición natural de los espacios fotografiables y el que decidió crear las condiciones de la fotografía, la cualidad de los escenarios, la reproductibilidad de los objetos. En este sentido, llevando hasta el extremo tan particular relación de ojos objetivos y subjetivos, Antonio Covarsí ha decidido acotar en sus «Fragmentos» una parcela muy concreta de la realidad, la que se configura en torno a otro tipo de objetivos o de ojos: las puertas y las ventanas, que no son sino las miradas huecas de la arquitectura. Y, elegida la dimensión visual, la cámara de Covarsí se coloca en los dos lados, dentro y fuera, de modo que el espectador que contempla sus fotografías va sucesivamente del interior al exterior, alternando perspectivas que a un tiempo lo sitúan y lo descolocan. Tras las puertas y las ventanas predominan los rostros («Grietas de soledad», «Un roce de miradas con brillos minerales») y los ojos, ojos que miran hacia fuera, que se esconden tras las celosías en multiplicación oculta de la mirada («Quien huye del destino y entierra su mirada»), que tal vez miren al espectador: una representación reflexiva o especular, vemos ojos que nos ven y ojos que nos miran, nos vemos y nos reflejamos. El interior es oscuro y enigmático, una suerte de penumbra difusa y misteriosa, una desolación cautiva e indescifrable. Pero si el espectador entra en la imagen y se sitúa de puntillas junto a los personajes que lo miran, junto a esas muchachas de «Era tu cuerpo lleno, vacío de mentiras» que apenas dejan intuir una brumosa intimidad doméstica, junto al semblante afligido de «Señas de identidad», las ventanas se interponen entre la lluvia y el paisaje, la visión se difumina y el espacio se destiñe. Se adivinan las siluetas de un panorama estático: el muro de enfrente, la curva desleída del camino, el esqueleto invernal del árbol de la avenida, unas flores o una manchas de tierra, gotas de lluvia trazando regueros de tinta sucia en el cristal, esqueletos de mariposas, caprichos informes del azar del agua en los cristales. Se trata, en definitiva, ya sea dentro o fuera, de la interminable hipnosis de la lluvia, el fenómeno siempre igual y siempre renovado de la alteración de la realidad que produce la lluvia. De ahí, sin duda, que Antonio Covarsí la haya elegido como eje, o límite, o frontera, entre la realidad y su mirada, como filtro central de estos «Fragmentos»: de un lado los rostros, los ojos, los paisajes; de otro lado, la multiplicación de cristales y sus peculiares transparencias: puertas o ventanas, objetivo de la cámara, ojo del fotógrafo; en el centro, en fin, último cristal, la lluvia.