Ramiro Pinilla
Hay peripecias literarias que tienen tintes épicos. Por ejemplo, la de Henry Roth (1906-1995), que publicó «Llámalo sueño» en 1934 y desapareció después en sucesivas y pintorescas profesiones (fontanero, profesor, enfermero, criador de patos) hasta que de pronto, en 1994, poco antes de morir, publicó el primer volumen de «A merced de una corriente salvaje», al que seguirían el segundo, el tercero y el cuarto, con títulos tan sugerentes como «Una estrella brilla sobre Mount Morris Park», «Un trampolín de piedra sobre el Hudson», «Redención» y «Réquiem por Harlem», una vasta ficción autobiográfica que los editores españoles no dudaron en calificar de torrencial. Pensaba yo que la hazaña era irrepetible, pero me equivocaba. Ahora mismo tengo sobre la mesa dos montones de libros: a un lado de la pantalla los libros de Roth y al otro, como en una balanza cuantitativa, los tres volúmenes de «Verdes valles, colinas rojas», de Ramiro Pinilla, cuyos títulos, «La tierra convulsa» (744 pp.), «Los cuerpos desnudos» (782 pp.) y «Las cenizas del hierro» (646 pp.), pertenecen a otra poética. A Ramiro Pinilla lo tenía yo en el limbo literario desde «Las ciegas hormigas» (premio Nadal en 1960 que tendré que releer no vaya a ser que esa Nerea y ese Cosme y ese Ismael...), de modo que asistir ahora a la desmesurada irrupción de «Verde valles, colinas rojas», y seguir las voces narrativas de Josafat Baskardo, de Asier Altube y de Roque Altube (tres narradores distintos y una sola narración verdadera) me ha tenido enviciado en la lectura y la lectura y la lectura de una epopeya que es invención de un pueblo y de una mitología y de una religión y de un nacionalismo y de una industria y de una revolución y de un Walden y de una guerra y de un terrorismo y de una trama, en fin, que, en sus ramificaciones, podría ser infinita. El mérito, sin embargo, no está sólo en el empeño o la ambición, ni en el tiempo empleado, ni siquiera en la libertad de un texto escrito hacia dentro, sin destino, con la desmesura de la propia felicidad, sino en el resultado final de una novela absoluta.
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