Pena
Oigo en la celebración de unas bodas de oro (que no sé si es una perversa reducción metafórica del cómputo matemático o una aplicación a la devoción y los afectos del no menos perverso «el tiempo es oro»), oigo, digo, el sinfín de alegrías, felicidades y bienaventuranzas que han acompañado el transcurso de los cincuenta años que se festejan. Pero al final surge una frase traicionera, un colofón en falso: «Ha merecido la pena». He oído bien: «Ha merecido la pena». Lo he anotado para no olvidarlo. ¿Ha habido pena, pues? ¿Ha sido, entonces, penoso? Si las palabras no mienten y los tópicos arraigan es porque la vida no es dulce ni es hermosa, «no es noble, ni buena, ni sagrada». Pero, por compasión, nos engañamos.
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