7.11.11

Los Soprano

He seguido con interés creciente durante algo más de tres meses (tengo mucho tiempo alrededor) la serie de HBO ‘Los Soprano’, a un ritmo, con interrupciones, pausas y excepciones a la regla, de dos episodios diarios: la serie consta (si no yerro) de 86 capítulos. Al tiempo, he leído ‘Los Soprano y la filosofía’, un conjunto de textos divulgativos de diferentes autores (en algunos casos con el sentido del humor ‘prime time’ de cierto ensayismo de masas USA) sobre la dimensión moral de la serie, las características estéticas del producto, la perlocutiva jerga de la ‘familia’ de New Jersey (suelo leer con gusto a Leonardo Ssiascia, he leído a Gay Talese) o la ética del cuidado de Carmela Soprano (meras obsesiones éticas y estériles del campus). Al margen de algunas concesiones y algunos agotamientos, la precisión de las tramas y la minuciosa y a menudo sutil caracterización de los personajes me ha (con perdón) ‘enganchado’ hasta tal punto que, si no me he hecho adoptar por la familia criminal DiMeo, tampoco me importaría tomar una cerveza con Tony Soprano en una mesa con mantel de cuadros en la puerta de Satriale’s: no para emitir juicios morales sobre la la bondad ‘familiar’ del capo di capi, ni para indagar en las galerías psiquiátricas que corresponden a la ciencia equívoca de la doctora Melfi, sino para entender algunos mecanismos del subsuelo financiero, la rentabilidad residual de los desechos.