14.8.11

Flores

Vi hace unos días en quién sabe qué tedeté accesoria una serie norteamericana de juicios y abogados cuyo título desconozco, una variante procesal de la inagotable ficción del crimen. En el episodio que me cupo en suerte se descubre al asesino por un (digamos) descuido insólito: haber llevado flores a la tumba de la víctima (una mujer) cada domingo durante diecisiete años. Adquieren carácter probatorio algunos añadidos funcionales: algunas interrupciones penitenciarias leves, decirse marido ante el florista siendo sólo vecino, etcétera. Ahora, varado en el puente de agosto, al leer «Esto se debe a un sentido del decoro nada incongruente en un hombre [Joe DiMaggio] que de igual forma, tras el fallecimiento de Marilyn Monroe, ordenó que hubiera flores frescas en su tumba “siempre”» (Gay Talese, ‘Retratos y encuentros’, Alfaguara, pág. 107; las comillas de «siempre» son de Talese), toda mi atención se desvía enseguida de las flores y subraya en rojo y negro la palabra «ordenó». Son, sin duda, claramente equiparables, y de significado paralelo, me digo, los diecisiete años de la serie con el «siempre» de DiMaggio, pero también tal vez ambos sentidos favorables queden eclipsados por las palabras o los hechos, o por la necesidad, y así como los remordimientos de amor y culpa son un recurso de la ficción policial, así también el «ordenó» anula con el aroma de su poderío la no tan perentoria voluntad del «siempre».