10.7.11

Palacio

El poder devastador del tiempo, la fugacidad de la existencia, la mudanza engañosa de la fortuna revistieron formas de obsesión sincera en la edad media y de lujo intelectual en el renacimiento. Es bastante probable, en consecuencia, que, cuando, en 1550, don Fadrique de Zúñiga, primer marqués de Mirabel, decidió labrar sobre uno de los balcones del palacio un lema ejemplar: «Todo pasa», no procurara mayor fin que doblegarse al coqueteo espiritual y efímero del siglo con la ambición expresa de una memoria perdurable. Por ello cedió a la paradoja de unir su nombre a la declaración de caducidad. Por ello emprendió, sin duda, la remodelación de un edificio al que, con el concurso de un sucesor educado en la tradición humanística, proporcionó elegancia arquitectónica y adornó con la coherencia de la nobleza. Las bóvedas, el patio, las galerías, la fuente, las columnas y la heráldica dan testimonio cierto de los hechos. Sin embargo, pese a todo, sobre la línea artística de la época, complacido en las divergencias, el recuerdo lejano del visitante ocasional recrea la amenidad del pensil donde limoneros y naranjos exaltan la pulcritud de la mañana e invitan a la placidez del atardecer, evoca las inscripciones latinas, los bustos imperiales, el relieve de un niño que sostiene un racimo de uvas, «esa mujer que muestra su canasto / cargado de frutos en sazón: cidras, membrillos», o reconstruye, en fin, la melodía de endecasílabos dudosos que proclaman, desde el bronce, la íntima lealtad del amigo del emperador: «Carolo V et é assa questo / perche si sá per tutto il mondo il resto».