Alonso Guerrero, 'Un día sin comienzo'
I. Quienes conocen la
trayectoria literaria de Alonso Guerrero no dejarán de sorprenderse ante ‘Un
día sin comienzo’. En esta misma aula hablamos hace un par de años (el 26 de
octubre de 2012) de ‘Un palco sobre la nada’. Supongo que muchos de los
asistentes leerían entonces aquellas novela y, por la misma razón (en la mesa
estamos los mismos y quiero creer que no muy distinta ha de ser la audiencia),
leerán ahora ‘Un día sin comienzo’. Si es así, advertirán enseguida notables
diferencias entre una y otra, diferencias que pueden ampliarse a casi toda la obra
anterior de Alonso Guerrero. En primer lugar, podría decirse que en ‘Un día sin
comienzo’ el autor renuncia a la ficción y que esa renuncia viene dada por la
materia narrativa: los minutos previos a las explosiones en los trenes de
Atocha. Sería, sin embargo, reducir la amplitud de la palabra ‘ficción’: no hay
en ‘Un día sin comienzo’ ficción en cierto sentido tradicional, es decir,
acumulación de aventuras o episodios imaginarios más o menos verosímiles, pero
sí hay, naturalmente, invención literaria y elaboración poética: no de otra
forma consigue Alonso Guerrero dotar de intensidad unos materiales limitados y
probablemente escasos. Y, en segundo lugar, también podría decirse que se atenúa
aquí cierto «brillo intelectual» frecuente y reconocible, cierta radicalidad
verbal e intelectual constante en sus escritos anteriores, desde la lejana ‘Tricotomía’
(1983) a ‘Un palco sobre la nada’ (2013). Es asimismo una necesidad impuesta
por la materia narrativa. «Si quieres escribir una novela tienes que mirar así
a la gente [sumándose a los gestos ajenos], has de poner los ojos a su altura»
(pág 141), se lee en un episodio, a propósito de un personaje [María Pilar]. Y
eso es lo que ha hecho Alonso Guerrero, acomodar la mirada a unos personajes
que no son creaciones intelectuales, sino recreaciones humanas, personas que
van a tomar el tren ajenas al azar: «como si el tren no fuera ya un medio para
llegar a su destino, sino su destino mismo» (pág 141). De ahí la atenuación
culturalista (que, con todo, es abundante) y de ahí, en fin, la piedad de la
mirada.
II. Leemos novelas
generalmente pendientes del final, con la brújula puesta en un desenlace que,
pese a todas nuestras previsiones lectoras y nuestra experiencia del oficio
(del oficio lector, quiero decir), se nos sigue antojando imprevisto y
sorprendente. Pero en ‘Un día sin comienzo’, en cambio, no cabe final. «La
vida, de hecho, se le presentaba como una línea argumental en la que no tenían
que interferir novios, ni hijos, ni decisiones, igual que no interferirían
aquellos desconocidos con los que se codeaba cada mañana de camino a la
facultad» (pág 133), se dice de otro personaje [Angélica]. Esa línea argumental
queda fatalmente truncada. La novela
consta, pues, de 37 episodios o secuencias de presentes personales antes del
final colectivo. Cada secuencia se corresponde con un minuto, desde las 7:00
hasta las 7:36, y está dedicada a un personaje, del que apenas se traza una
semblanza. Son, por tanto, 37 semblanzas a partir de un detalle menor, sin gran
significación heroica (el heroísmo pertenece a épicas lejanas, no tiene cabida
en el presente), semblanzas que tienden hacia un futuro que no va a existir.
Apenas cabe otra individuación, o singularización, que la semblanza, porque se
trata de personajes comunes, sin grandes hazañas ni señeras biografías, sin más
aventura que ese trayecto matinal, apenas la ensoñación adormilada de la rutina
y los pensamientos inmediatos —el triunfo del Real Madrid, el libro que se está
leyendo, el piso que se está a punto de comprar, los hijos, el póster de un
gimnasta en la pared del cuarto, la distinción que otorgan unos zapatos bien
cuidados, la huelga universitaria, inminentes entrevistas de trabajo, los
desajustes entre la realidad y los sueños o entre el origen y el destino de jóvenes emigrantes
rumanos, marroquíes, ecuatorianos, y el azar, las invocaciones del azar, la
ambigüedad de los presagios—, esto es, esbozos apenas de un ‘curriculum vitae’
íntimo e interior (no laboral). Nada más: cada secuencia una novela abrupta,
con principio, pero sin desarrollo ni conclusión individual. Porque lo que les
señala, en definitiva, como personajes, lo que les eleva a literatura, es
formar parte de un episodio múltiple, ser en definitiva un personaje colectivo,
porque su destino es la muerte multitudinaria. Las secuencias finales, sin
embargo, que no pertenecen ya a los personajes, sino a la historia, quedan en
blanco: no es un artificio retórico, es que, como diría el filósofo, nada más
puede decirse: «De lo que no se puede hablar, mejor es callarse».
III. Uno de los grandes
temas de la literatura es el mal, no sólo el mal absoluto, el mal metafísico,
sino el mal cotidiano, individual, o el enfrentamiento entre el mal y el bien.
A menudo la literatura ha versado sobre la omnipresencia del mal o sobre la
lucha entre el mal y el bien y se ha degradado
ofreciendo para el consumo masivo el triunfo narrativo y complaciente
del bien. Es decir, que siempre ha sido el mal el que ha despertado interés.
Prueba de ello, también, es que haya tan pocas obras sobre el bien, que no
exista en realidad una literatura del bien. Tal vez pueda decirse que aspiramos
al bien, pero no nos atrae su expresión artística. El origen de ‘Un día sin
comienzo’ está en el mal, no cabe duda. «Si podía ver el mal en una ballena
blanca, también podría verlo en aquella gente que subía a los trenes todas la
mañanas, con su prisa y sus mochilas y sus teléfonos» (pág 132), se dice de un
personaje [Angélica]. Sin embargo, y
pese a ello, me atrevería a decir que en cierto modo se trata de una obra sobre
el bien. El mal, en cambio, queda en blanco, abolido.
IV. Creo, por último, que
‘Un día sin comienzo’, dada la articulación del material, requiere una lectura
poco acorde con los hábitos actuales. He recordado a este propósito ciertas
teorías ferlosianas sobre la lectura y la escritura. Decía Ferlosio que un
texto narrativo podía concebirse como una paulatina revelación de la verdad, «como una suerte de penetración en las entrañas de algo organizado
en forma de cebolla» o, por el contrario, como episodios equidistantes en torno
a un objeto central, «en lugar de estratos concéntricos», dice, «una rueda de
gajitos, o mejor, de dientes, ninguno de ellos más próximo ni más distante que
otro del corazón y de la superficie». «Es curioso observar», añade, «cómo la
imagen capaz de representar un modo de concepción contrario [a la cebolla] nos
la ofrece precisamente el marido de la cebolla, o sea, el ajo». Pues bien, ‘Un
día sin comienzo’ se acoge a este segundo modelo: episodios equidistantes en
torno a un objeto central. Y este procedimiento narrativo impone también un
modo de lectura. Siguiendo con Ferlosio
podemos decir que en la lectura caben dos placeres antónimos, el placer
funcional subjetivo, que viene marcado por la ansiedad del desenlace, por ver
quién es el asesino, digamos, y el placer funcional objetivo, que es el que
procede de cada momento del texto, del presente textual, un tanto al margen de
la página o el capítulo siguiente o del epílogo. Creo que ‘Un día sin comienzo’
requiere esta segunda lectura, que es la lectura adulta, en la que prevalece la
autonomía del texto, de cada texto, ni más ni menos importante que todos los
demás.
(Presentación de ‘Un día sin comienzo’, de
Alonso Guerrero, De la luna libros, en el Instituto de Enseñanza Secundaria "Profesor
Hernández Pacheco" de Cáceres el miércoles día 19 de noviembre de 2014.)
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