Guía y métrica de la ciudad
Ha
seguido Juan Ramón Santos una deriva inversa a la común en muchos escritores:
ha publicado primero libros de relatos, «cortometrajes» y una magnífica y voluminosa
novela —‘Biblia apócrifa de Aracia’ (Libros del oeste, 2010)—, antes de escribir
y dar a conocer su primer libro de poemas. No se ha acercado, por tanto, a la disciplina
poética ensayando balbuceos líricos de poeta en ciernes ni como medio inicial de
aprendizaje retórico o sentimental. Antes al contrario, ha escrito ‘Cicerone’
(De la luna libros, 2014) desde la madurez, dueño plenamente ya de los recursos
temáticos y estilísticos de su escritura, lo que significa que, como debe ser,
ha sido el contenido previo el que ha exigido su propio acomodo formal, esto
es, su expresión poética, y, en consecuencia, el poeta, aun siendo los asuntos
generalmente narrativos, les ha dado el ropaje métrico pertinente, un ritmo
clásico de heptasílabos y endecasílabos sin escorzos ni contorsiones. Tales son
las armas que lo han convertido, en efecto, en cicerone y guía de un recorrido en
el que el callejero y los escenarios de la memoria se confunden para trazar una
leve biografía de la experiencia urbana —«el insondable mapa de la vida»—, un
itinerario oblicuo, en suma, en el que el río, la isla, la plaza o el martes
conviven con la infancia o con la adolescencia, se evocan con la melancolía del
tiempo antiguo y, desde la distancia de la edad, se interpretan como signos (no
necesariamente favorables). A fin de cuentas, ninguna ciudad es lo que quiere
ser ni lo que cree ser, sino el fruto y la suma de numerosas percepciones
singulares.
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