14.11.06

Ley de Lem

Coincide la aparición de la autobiografía de Stanislaw Lem, «El castillo alto» (Funambulista), con una estadística previsible: en 2005 cerraron (o no dieron señales de vida) 900 editoriales. La novela de ciencia ficción que prefiero es «Solaris», porque la reducción del espacio exterior a lenguaje, a una forma sobrehumana de lenguaje y polisemia, es tan misteriosa como deslumbrante. Sin embargo, hay ciertos libros de Lem por los que siento predilección y que anticipaban (al fin y al cabo, lo propio de la ciencia ficción es anticiparse) estas desventuras: «Vacío perfecto», «Un valor imaginario» o, más recientemente, «Provocación», reseñas de, prólogos a o ensayos sobre libros inexistentes, es decir, libros que no han necesitado editor. No puede extrañar, por tanto, que quiebren tantas empresas editoras. Mismamente en «Provocación» se lee: «Nada excita más a los editores de hoy que un libro que no hay que leer, pero que todos deberían tener». O bien: «Como es sabido, no hay nada que los editores teman tanto como editar libros». La razón viene dada por la propia Ley de Lem: «Nadie lee nada; si lee, no comprende nada; si comprende, lo olvida enseguida». Se advierten en el enunciado claros ecos de Gorgias (que nada existe; que, si existe, no es conocible; que, si se conoce, no es comunicable), pero no estoy tan seguro de que la ley de Lem sea un mero y bienhumorado sofisma.