Epíteto
«Ilusionante» es adjetivo en alza. Todos (muchos: prensa, radio televisión) proponen proyectos ilusionantes: políticos en la polis, dirigentes deportivos en los clubes, alcaldes en los municipios y empresarios en las empresas. Toda ilusión es un aplazamiento, un «todavía no, pero ya veréis dentro de un tiempo», luego un vacío, una oquedad, engañosa verborrea. La sabiduría popular lo sabe: «De ilusión también se vive». El pensamiento inane se empeña en aprovechar la necesidad de ilusión que generan la miseria capital y la miseria moral. No usar el nombre de Dios en vano era un mandamiento reducido a tabú, un tabú erróneo, porque salvaba una sola palabra de la piratería verbal. Ningún nombre ni verbo ni adjetivo ni adverbio debería emplearse en vano, pues esa vanidad genera nociones mentirosas, palabras que quedan por debajo de toda significación, genera subpalabras, produce infralenguaje. «Ilusionante» es ya «estoy engañándote», es «no te fíes», es «no sé cómo saldremos de este embrollo, Dios nos asista». Y, por lo mismo, es síntoma elocuente de este mundo ligero, perjuro y sin remedio.
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