Feijoo
Me da por ponerme a enredar en el «Teatro crítico universal», de Benito Jerónimo Feijoo, y leo en el «Prólogo al lector»: «Bien sé que no hay más rígido censor de un libro que aquel que no tiene habilidad para dictar una carta». ¿Tendrá razón?, me digo con cierta complacencia. Sigo leyendo: «Proponer y probar opiniones singulares, sólo por ostentar ingenio, téngolo por prurito pueril y falsedad indigna de todo hombre de bien. En una conversación se puede tolerar por pasatiempo; en un escrito es engañar al público. La grandeza del discurso está en penetrar y persuadir las verdades; la habilidad más baja del ingenio es enredar a otros con sofisterías». ¿Tendrá razón?, me digo ahora con alguna preocupación, porque noto como si me apuntara con la frase o como si la frase me apuntara con el dedo («Touché», diríamos). De modo que he vuelto a empezar por el principio y así, a lo tonto a lo tonto, se me ha ido la tarde dándole vueltas, como lector, a este «Prólogo al lector» que me llama «lector mío».
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