11.7.07

Floro (I)

Como en una de las opciones del examen de Historia de selectividad cayó un texto de Floro (en concreto, II, 33, «Guerra contra los cántabros y astures»), me ha dado por leer el ‘Epítome de la historia de Tito Livio’ (Gredos, Madrid, 2000) y por marcar una frase allí y otra acullá del ilustre «epitomador» (tal título le dan los traductores). Anoto un par de ellas. La primera: «Durante el asedio de los faliscos pudo observarse la admirable integridad de nuestro general [Marco Furio Camilo], puesto que voluntariamente les devolvió, atado, a un maestro de escuela, traidor a su ciudad, con los niños que se había llevado consigo; pues este hombre digno y sabio tenía conciencia de que sólo es auténtica la victoria que se obtiene sin menoscabo del honor y con la dignidad intacta*» (pág 119). La segunda: «Décimo Bruto se extendió luego más, hasta los celtas y lusitanos y todos los pueblos de Galicia, y, tras haber alcanzado el río del Olvido [¿Lima?, ¿Miño?], temido por los soldados, y recorrer como vencedor el borde del Océano, no volvió atrás antes de haber contemplado, no sin cierto temor por el sacrilegio, la caída del sol al mar y el eclipse de su incandescencia en las aguas» (pág. 196). Copio la primera con pesadumbre política; la segunda, por su fulgor poético. Ambas son ejemplares.

*También Plutarco recoge la anécdota en el parágrafo X de la vida de Camilo: «Pues este maestro se propuso hacer traición a los Falerios por medio de sus hijos; para lo cual los sacaba cada día al abrigo de la muralla, al principio muy cerca, y luego, después de haberse ejercitado, se volvían a entrar. Adelantando desde entonces poco a poco, los acostumbró a estar confiados, como que no había motivo de recelo, hasta que, por fin, en una ocasión en que estaban todos reunidos, los llevó hasta las avanzadas de los Romanos, y se los entregó, previniendo que le condujesen a presencia de Camilo. Conducido y puesto ante él, le dijo que era maestro y preceptor, pero que prefiriendo el deseo de hacerle obsequio a las obligaciones de justicia en que estaba, venía a entregarle la ciudad en aquellos niños. Hecho atroz le pareció éste a Camilo, y vuelto a los circunstantes: “¡Qué cosa tan terrible la guerra! —les dijo—: pues es forzoso hacerla por medio de muchas injusticias y violencias; pero, con todo, para los varones rectos tiene también sus leyes la guerra, y no se ha de tener en tanto la victoria que debe buscarse por medio de acciones perversas e impías; pues el gran general más ha de mandar fiado en la virtud propia que en la maldad ajena”. Y entonces mandó a los lictores que despojasen al maestro de sus vestidos y le atasen las manos atrás, y que a los niños les diesen varas y látigos, para que, hiriéndole y lastimándole, lo llevasen así a la ciudad». Dichoso afán este nuestro de ir subrayando moralidades, como si la moral fuera una cuestión cursiva.