Pallawer
Oigo a unos jóvenes burlarse de otros jóvenes porque les ha dado a estos últimos por usar «pallawer», por marcar su diferencia con el empleo distintivo, simbólico, pijo y pijotero de sus «pallawer» o «pallahuer». En realidad, pronuncian «pálauer», palabra esdrújula, o tal vez «pálagüer», pero como imagino que se refieren a alguna marca de indumentaria anglosajona tiendo a rellenar mentalmente con elles y uves dobles o haches la fisonomía ortográfica del vocablo. Al final, sólo preguntando consigo comprender. Hay un tipo de zapatillas andariegas y resistentes que en mi infancia se llamaban alpargatas (o incluso «pargatas», según celebrada modalidad dialectal) y que María Moliner define como «calzado rústico hecho de lona, con el piso de cuerda de cáñamo o esparto arrollada formando una plancha de la forma de la suela». Durante mucho tiempo ese calzado rústico no era mercancía propia de zapaterías nobles (que son las de vestir) y sólo se encontraba en tiendas de aperos de labranza, donde compartía pared o escaparate con sombreros de paja, sogas, abarcas, cayados, alforjas, cantimploras de aluminio, hoces, azadones y demás ruralia. Ahora, me dicen los primeros jóvenes, esas zapatillas de esparto o alpargatas (supongo que con minuciosas innovaciones de diseño) se han puesto de moda entre cierta juventud. De ahí, de su origen campesino y de su paradójico agiornamento, la deriva morfológica: pálauer, o pálagüer, o pállahuer, o pallawer: para la huerta, pa’la huerta, pálahuer, pallawer.
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