15.4.08

Matanza, 1955

Durante bastante tiempo entendí que la fotografía era un signo visual ortodoxo, el icono de un referente material, sólido, externo. Más tarde, con el auge de las reproducciones digitales, la he reducido, por saturación, a mero significante sin significado, documentación vacía de escenarios y presencias. Sin embargo, aunque en porcentaje subjetivo y biográfico, algunas fotografías son a un tiempo signo y referente, se significan a sí mismas, no son arte, sino significado, y por eso permanecen. Aquí, por ejemplo, no se retrata la labor artesana de una matanza, ni a una familia, ni una mañana de frío y sol, ni el remoto azar de un fotógrafo ambulante en Higuera de Albalat en diciembre de 1955, ese día, a esa hora, en esa celebración de economía doméstica laboral y solidaria. No se retrata la presencia de los presentes (ni la presencia, explícita, de los ausentes), todos contra el fondo de la pared encalada y deslucida, ni el contraste de la mujer con el límite tosco de la piedra de corral, ni rústicos trajes de pana, ni la congelación unánime de las miradas en el objetivo, el ojo misterioso que contempla la instantánea, pobre irrupción velazqueña en una escena rural y costumbrista. Se retrata la fotografía, singular combinación de signo y referente. No es, pues, la fotografía de una matanza, sino su negativo semántico: la matanza es esa fotografía. Por lo demás, poco cabe decir del niño: je est un autre.