¡Achís!
Con los devaneos de la meteorología primaveral y la unánime, estridente y cosmicómica invasión de las alergias («¡Qué le vamos a hacer!», le he oído esta mañana en la gasolinera a un afectado, «el campo tiene que estar bonito»), en estos días previos al bozal o la clausura, cabe apreciar que sólo queda un rasgo último, explícito y coral, de urbanidad, a medio camino entre la educación y el arrendajo: la cortesía del estornudo. ¡Jesús!
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