27.12.13

Dilema

Se me plantea de un tiempo a esta parte una duda que, en el momento justo, nunca sé resolver con determinación. Cuando subimos hacia Antón Martín, en Madrid, un poco más arriba del bar Parrondo hay una mujer sentada con un cartel que da cuenta sucinta de sus penas y sus necesidades. «Soy una mujer triste», es lo primero que se lee. Al llegar a su altura saluda siempre: «Buenos días». También aquí, bajando hacia correos, en la puerta del Covirán, nos da los buenos días un hombre necesitado. Como he encontrado en sitios varios casos similares, llego a una conclusión: que los procedimientos de la mendicidad han evolucionado, de modo paralelo a las técnicas publicitarias, aunque no en el mismo sentido. Mejor sugerir educadamente que clamar en el desierto, como el mendigo de la vieja escuela con abono en Preciados, que alterna el vaso de plástico en la boca o la postura orante en que brama «Tengo hambre» con voz de caverna y ultratumba. Mi duda, en cualquier caso, es que no sé si responder al «buenos días» de estas mendicidades, un buenos días con apariencia de función social desiderativa en el que prevalece, sin embargo (eso creo), la voluntad apelativa mediante una inversión de los elementos y una sutil inclusión de la apelación en la fórmula del deseo. Hay, naturalmente, una respuesta adecuada a ese «buenos días»: responder con otro «buenos días» y depositar una moneda en la bandeja petitoria dispuesta a tal efecto, una caja de cartón, una gorra, una hoja de periódico, un exiguo top manta, en suma, de cobre y centimillos. La duda surge cuando no hay moneda ni voluntad de moneda: cómo decir tan sólo «buenos días», sin más —sin más, subrayo—, y seguir de largo. Cierto es que la mujer triste de Parrondo y el hombre del Covirán no me dirían buenos días fuera del puesto petitorio, que sus buenos días es un instrumento laboral, pero cómo responder con sólo educación a lo que es necesidad y no sentir vergüenza. He ahí, pues, el dilema.