1.1.14

Tabarra

Bien sé yo lo que dice la sobrina:
«No me gusta cómo caza la perrina».
Se lo dijo al chaval en una esquina.
Y el muchacho, fumador de nicotina,
—lo sé bien, pues le doy la medicina
cuando llega por la tarde a la cantina
sin comer, macilento, ¡qué penina!
¡quién le ha visto y quién le ve, madre divina!
¡tan así, tan malucho, tan asina!—,
le responde entre sollozos y en sordina:
«Ni el color de la orina, ni la orina».


Leyendo yo también manga por hombro la taba de Elías Moro no he tenido mejor ocurrencia que, a falta de otras diversiones (soy fan al fin y al cabo del farero solitario), dar la tabarra en nochevieja con una combinación de endecasílabos y dodecasílabos alternos en la que, mediante pies de cuatro sílabas y terminaciones agudas en las cesuras —tal que así: ooóo / ooó, o viceversa—, venga a resultar que los endecasílabos sean también en realidad dodecasílabos, esto es, que, a efectos rítmicos, tanto dé ooóo ooóo ooóo como ooó ooóo ooóo. La consonancia es lo de menos.