Tabarra
Bien sé yo lo que dice la sobrina:
«No me gusta cómo caza la perrina».
Se lo dijo al chaval en una esquina.
Y el muchacho, fumador de nicotina,
—lo sé bien, pues le doy la medicina
cuando llega por la tarde a la cantina
sin comer, macilento, ¡qué penina!
¡quién le ha visto y quién le ve, madre divina!
¡tan así, tan malucho, tan asina!—,
le responde entre sollozos y en sordina:
«Ni el color de la orina, ni la orina».
Leyendo yo también manga por hombro la taba de Elías Moro no he tenido mejor ocurrencia que, a falta de otras diversiones (soy fan al fin y al cabo del farero solitario), dar la tabarra en nochevieja con una combinación de endecasílabos y dodecasílabos alternos en la que, mediante pies de cuatro sílabas y terminaciones agudas en las cesuras —tal que así: ooóo / ooó, o viceversa—, venga a resultar que los endecasílabos sean también en realidad dodecasílabos, esto es, que, a efectos rítmicos, tanto dé ooóo ooóo ooóo como ooó ooóo ooóo. La consonancia es lo de menos.
«No me gusta cómo caza la perrina».
Se lo dijo al chaval en una esquina.
Y el muchacho, fumador de nicotina,
—lo sé bien, pues le doy la medicina
cuando llega por la tarde a la cantina
sin comer, macilento, ¡qué penina!
¡quién le ha visto y quién le ve, madre divina!
¡tan así, tan malucho, tan asina!—,
le responde entre sollozos y en sordina:
«Ni el color de la orina, ni la orina».
Leyendo yo también manga por hombro la taba de Elías Moro no he tenido mejor ocurrencia que, a falta de otras diversiones (soy fan al fin y al cabo del farero solitario), dar la tabarra en nochevieja con una combinación de endecasílabos y dodecasílabos alternos en la que, mediante pies de cuatro sílabas y terminaciones agudas en las cesuras —tal que así: ooóo / ooó, o viceversa—, venga a resultar que los endecasílabos sean también en realidad dodecasílabos, esto es, que, a efectos rítmicos, tanto dé ooóo ooóo ooóo como ooó ooóo ooóo. La consonancia es lo de menos.
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