Dialéctica
Los insultos lo son, en general, por ser mentira: llamar puta, por ejemplo, a quien no lo es o sucio terrorista a un mero rival deportivo (a cierto belicoso delantero búlgaro lo sacaban de quicio los defensas contrarios llamándole van Basten, se enfadaba -precisamente porque no era van Basten-, arremetía y atacaba: tarjeta roja). En cambio, las agresiones, por muy testimoniales o incluso metafóricas que sean, por mucha matización semántica que admitan, son verdad. He ahí, pues, la dialéctica de la palabra y la violencia: que a la sinrazón verbal sólo se pueda responder con otra sinrazón verbal mayor o, como es el caso, con la razón animal más primordial y prelingüística.
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