26.8.06

De pulchritudine

Naturalmente, cuando del disgusto estético que producen ciertos escritores, músicos, cineastas, etcétera, se hace «cuestión personal», la persona se sobrepone a la estética y, en tales casos (que son muchos, porque el sujeto disfruta anteponiéndose al objeto: secuelas de una perversión gramatical tradicionalmente antropocéntrica), el «querer tener razón» se impone por todos los medios a la «razón», el «vencer» se impone al «convencer»: el «yo» contra la muchedumbre o el rebaño, esa masa amorfa que consume industria cultural. Es mal camino para establecer principios, si es que, en asuntos de estética «atque de pulchritudine», tiene que haber principios universales y críticas del juicio.