Si no nos vemos
Debo de haber oído en los últimos días cientos de veces, ya como destinatario, ya como testigo ocasional de ajenas despedidas, la frase: «Y si no nos vemos, ¡feliz año!». Como bien se sabe, los deseos generales, del tipo «te deseo lo mejor del mundo», «que tengas toda la suerte del mundo», «que dios te colme de ventura y felicidad», etcétera, carecen de sentido o, mejor dicho, no tienen otro sentido que la ritualidad de su enunciado (y no es cuestión de que en día como hoy me ponga yo a divagar sobre el rito y sus antropologías). Lo que me perturba de la primera frase es el «si no nos vemos», y no porque salte de manera inmediata la pregunta jocosa: «¿Y si nos vemos?», pues, «si nos vemos», repetiremos u oiremos repetir «¡feliz año!» cuantas veces convenga o sea menester, sino por las frágiles subordinaciones que subraya: como si el deseo tuviera que estar agazapado hasta el momento de las uvas, como si la anticipación pudiera restar eficacia a la fórmula y como si el cumplimiento de lo deseado dependiera, en definitiva, de «lo que es» una huera condición del yo que habla.
<< Inicio