Pubescencia
Andamos viendo ahora en cuarto de ESO algunos textos de los autores del cincuenta y los alumnos buscan en la red con más o menos desidia o entusiasmo y con mayor o menor fortuna, paciencia o picardía. Ayer, viernes, apenas entré en el aula me gritaron: «MC tiene un poema de Ángel González». «Muy guapo», agregaron. En efecto, unos llevan poemas de Claudio Rodríguez («largo se le hace el día a quien no ama / y él lo sabe»), otros de Jaime Gil de Biedma («que la vida iba en serio / uno lo empieza a comprender más tarde»), otros de José Agustín Goytisolo («hijo mío / no sirves para nada», «he pensado en suicidarme y dejar a esos cabrones solos / para que arreglen su ridícula bola como les dé la gana», «te sentirás acorralada, / te sentirás perdida o sola, / tal vez querrás no haber nacido»), etcétera, pero la euforia unánime con que se anunciaba a Ángel González no hacía sino presagiar las obsesiones púberes de cierta adolescencia. Así pues, MC empezó a leer: «Escribir un poema se parece a un orgasmo: / mancha la tinta tanto como el semen, / empreña también más en ocasiones». Algunos alumnos rieron en sordina y otros quedaron atrapados en la palabra ‘orgasmo’ y en la palabra ‘semen’. «Tardes hay, sin embargo, / en las que manoseo las palabras, / muerdo sus senos y sus piernas ágiles, / les levanto las faldas con mis dedos, / las miro desde abajo, / les hago lo de siempre / y, pese a todo, ved: / ¡no pasa nada!», siguió leyendo MC por entre el silencio y las miradas escolares más atentos y atónitos que Ángel González haya imaginado nunca. ‘Manosear’, ‘morder senos’ y ‘levantar faldas’: qué polisemia intensa. «Lo expresaba muy bien Cesar Vallejo: / “Lo digo y no me corro”. / Pero él disimulaba», terminó MC. Clímax y apoteosis en el punto final, el ‘no me corro’ de Vallejo reciclado en humor por Ángel González elevó al máximo nivel la conciencia erótica de la audiencia, las risas y la perplejidad. «¡Otra vez! ¡Otra vez!», dijeron.
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