23.9.08

Inspiración

Sea lo que sea la inspiración, si es que la hubiere, sus procedimientos son diversos y antojadizos, calenturientos y crueles, como puede comprobarse leyendo la entrada del 14 de marzo de 1891 del diario de Jules Renard, que dice: «Aquí quizá va a pasar una desgracia. Hoy una celebridad con quevedos y a cuarenta francos la visita ha pronunciado la palabra ‘difteria’. Después de eso, ya no sé qué más ha dicho. Marinette llora, yo me he quedado con un nudo en la garganta. Estamos borrachos de miedo. / Escuchamos la respiración del bebé, a veces ronca, a veces silbante […] / Lo más terrible es que está alegre. Ríe, y quizá la muerte está al acecho. Yo hago literatura» (no hace falta subrayar la conciencia del sinsentido: niño/padre, muerte/literatura), y combinándola con la que escribió tres días después, el 17 de marzo, que dice: «Escena posible. El niño ha muerto. El padre y la madre lloran. Pero el amante coge a la mujer de la mano, le da una palmada al marido y dice: ‘¡Venga, ánimo! Ya haremos otro’». Cabe pensar, benevolentes, que ha pasado el peligro, se ha alejado la desgracia, se ha desatado el nudo de la garganta y ha cambiado el signo de la borrachera, pero quede constancia de que -narración, adulterio, broma salaz y chiste basto- la difteria de Jean-François no ha dejado de girar en la cabeza literaria de son père.