19.10.08

Ningunos

Siempre que veo escrito el indefinido «ningunos», en plural, en frases como «estos no ven, digámoslo así, sino la superficie de la tierra por donde pasan; su fausto, los ningunos antecedentes por donde indagar las cosas dignas de conocerse» (Cadalso, ‘Cartas marruecas’, I) o «los tiempos no han creado, ciertamente, o incluso se han guardado bien de hacerlo, ningunas armas nuevas contra el arcaico león, que todavía sigue bien vivo y vigoroso, rugiendo, maguer ser pudorosamente amordazado, desde el oscuro fondo de la cueva de las entrañas de los hijos del presente» (Ferlosio, ‘God & Gun’, § 21), me viene a la cabeza el misterio inagotable de la santísima trinidad, como si, por vía equivalente o paralela al argumento ontológico de san Anselmo («dice el necio en su corazón», etcétera), la pluralidad de la nada, o sea, «ningunos», «ningunos antecedentes», «ningunas armas», fuera no ya sólo el adecuado complemento a la imagen de la perfección de la que se deduce la existencia divina, sino la más clara e inconcusa prueba gramatical de su eterna y misteriosa y tridentina, maguer constantinopolitana, multiplicación.