Salida
Me he quedado un rato preguntándome qué no sé qué especial me ha atrapado en el (digamos) breve y áspero intercambio de palabras que ha llegado a mi oído cuando bajamos en pelotón, a última hora, hartos de clase y de sabiduría, las estrictas escaleras del íes. «¿Qué pasa?». «¡Que tengo prisa, payasa!». No ha sido, por supuesto, la rima, me he dicho enseguida, que es pobre e infantil y ha carecido, además, de voluntad de gracia. Tampoco ha sido la situación, que, sin ser amistosa, no ha llegado a agresiva: tan sólo un empujón fortuito, una protesta retórica y una réplica airada; después cada chica ha seguido su camino y su prisa: la salida es siempre rauda y tumultuosa, es una huida, un sálvese quien pueda. He pensado incluso, por un momento ciego, si no sería un haikú, pero pronto he advertido que no hay 17 sílabas, sino 11, y que no se combinan en 5-7-5 sino en 3-5-3:
—¿Qué pasa?
—¡Que tengo prisa,
payasa!
Hasta que he caído finalmente en la cuenta de la simple solución, de lo que ha quedado resonando en mi oído, del ritmo recurrente: el endecasílabo. No es un endecasílabo precipitante, desde luego, pero no siempre se corresponden acentos y empujones.
Post.- Alguien me sugiere (y no había caído en ello) que desestime el endecasílabo y piense en octosílabos, a la manera de la comedia nueva, tal que así:
ELICIA.- ¿Qué pasa?
AREÚSA.- ¡Que tengo prisa, payasa!
—¿Qué pasa?
—¡Que tengo prisa,
payasa!
Hasta que he caído finalmente en la cuenta de la simple solución, de lo que ha quedado resonando en mi oído, del ritmo recurrente: el endecasílabo. No es un endecasílabo precipitante, desde luego, pero no siempre se corresponden acentos y empujones.
Post.- Alguien me sugiere (y no había caído en ello) que desestime el endecasílabo y piense en octosílabos, a la manera de la comedia nueva, tal que así:
ELICIA.- ¿Qué pasa?
AREÚSA.- ¡Que tengo prisa, payasa!
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