Ap, 13, 18
Acabo de padecer un ataque del maligno. He abierto el correo electrónico, la pantalla ha empezado a hacer chiribitas con los píxeles, el sistema me ha avisado de que el programa no responde y ha aparecido desierta la bandeja de entrada, pero con una advertencia apocalíptica en la barra de estado: «666 mensaje(s), 666 no leídos». ¡Hic sapientia est!
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