'La despedida'
I. La solapa de ‘La despedida’, aparte de informarnos de que Javier Morales Ortiz nació en Plasencia en 1968 y estudió periodismo y derecho en Madrid, proporciona un indicio de lectura que, como es de rigor, coincide plenamente, según creo, con el pensamiento del autor: «Aunque ‘La despedida’ no es un libro sobre el mundo rural», dice, «sí quiere rendir un pequeño homenaje a una forma de vida en peligro de extinción». Y, en efecto, en su conjunto, los cinco cuentos que contiene el volumen, un volumen, como se puede ver, muy delgadito, de apenas 60 páginas, coinciden en esa inicial voluntad de homenaje y dan sentida cuenta del canto de un cisne geórgico, pero coinciden naturalmente en otros varios aspectos.
II. Coinciden, en primer lugar, en el escenario, en el ámbito narrativo de la acción. Todos los cuentos se desarrollan en La Comarca (con mayúsculas, las mayúsculas de la antonomasia), un territorio que, dadas las frecuentes alusiones y teniendo en cuenta la ciudad en la que nos encontramos, se presta a fáciles identificaciones. Puedo señalar tres. Una. Se habla, por ejemplo, en más de una ocasión, del valle (sin mayúscula, nombre común): «Los caminos rurales que muerden los costados del valle, pasadizos en una tierra abancalada que escalonan la montaña», se lee en la página 47, o: «Desde la terraza, la otra ladera del valle era una sombra negra salpicada de dos motas grises, dos pueblos que parecían más diminutos aún», en la página 48. Dos. En casi todos los relatos aparecen cerezos, bien como elementos del paisaje, bien como objetivo de alguna desventurada aventura de ecología agrícola, o bien, en fin, como insólito atributo de un personaje pintoresco del que se dice que «debe de ser una de las pocas personas de la zona que no tiene cerezos» (pág. 38). Y tres. «La cola del pantano parecía una lengua de metal», se lee en la misma página 38. Valle, cerezos y pantano serían elementos suficientes para una ubicación precisa de los relatos, pero estas indagaciones son más divertidas que eficaces y más entretenidas que necesarias, porque la geografía literaria es ilusoria y representativa, universal y simbólica. Javier Morales Ortiz no pretende que La Comarca sea una zona concreta y próxima, sino una representación, una noción territorial, la elevación a nombre propio del nombre común al que pueden acogerse todos los lugares con formas de vida en peligro de extinción. Naturalmente, puestos a añadir detalles (y es conveniente añadir detalles, pues, como se sabe, son la esencia de la literatura), para el autor, y no sólo en beneficio de la credibilidad, es mejor, y más eficaz, recurrir a cerezos, valles y pantanos, que son rasgos próximos, emblemas comarcales, que importar fresas, naranjas o vendimias.
III. Pero, al margen de estos elementos fijos, que funcionan como signos de unidad y de reconocimiento, como referentes del espacio, y aunque sea en el mundo rural donde se desarrollan todas las historias, ‘La despedida’ no es exactamente un libro sobre el mundo rural, porque a Javier Morales Ortiz le interesan más los personajes que el paisaje, le interesan más los infortunios de la existencia que el campo de batalla. Así pues, de manera singular, individual, cada relato, en líneas generales, viene a mostrar, en un breve fragmento temporal, una situación concreta, una escena, podríamos decir, o una secuencia, o un par de secuencias consecutivas e inmediatas, de donde se desprende, si ello es pertinente, y en visión panorámica, el resumen de una vida entera. Basta, por ejemplo, la arrogante visita de un médico de La Comarca asentado en Madrid (Madrid funciona como antítesis de La Comarca), para que el narrador del primer relato, que es camarero, reviva toda su biografía común, adopte todos las posturas simbólicas de una humillación no menos simbólica (la marca de cerveza, el narrador recogiendo de rodillas los cristales de una jarra rota, el recuerdo de la novia en el instituto) y pretenda salir de tanta frustración con apenas un gesto de inocua rebeldía, nocturna y solitaria, metafórica. Y a estas pinceladas de la historia de un personaje que ejerce de camarero podrían añadirse las del resto de personajes: un técnico agrícola, un oficinista con vocación agrícola y mentalidad ecológica, una farmacéutica, una profesora de literatura, una especie de hippie excéntrico (que, como cabe sospechar, es quien no tiene cerezos), un pastor o la propia hija del pastor. Todos tienen algo en común: saben lo que es la derrota, saben en qué consiste la travesía entre las aspiraciones y el fracaso, conocen los conflictos que median entre la realidad y el deseo. Anclados en un mundo rural en decadencia, cada uno de ellos significa una muesca personal en el crepúsculo definitivo. Son dos realidades paralelas y complementarias: la decadencia comarcal y la desesperanza personal. Al irse apagando el mundo en que viven, un escenario sin porvenir acoge su derrota personal, la derrota sentimental, o laboral, o agrícola, la derrota de la huida, de la incertidumbre y del vacío, la derrota de la resignación, de la aceptación y de la mediocridad moral.
IV. Pero, volviendo a lo que decía más arriba sobre La Comarca como espacio de la acción, cabe decir que, si la elección de un escenario común para los cinco relatos conlleva la utilización de motivos igualmente comunes, esa elección también afecta a los personajes. Casi me atrevería a decir que se trata de cerezas. Me explico. Vengo diciendo que el libro contiene cinco relatos. Pero también podría decir que se trata de una breve novela, una novela de gajos, o dientes de ajo, o cerezas, porque cada relato, con su independencia y autonomía argumental, por una parte, colabora, por otra, a la visión del conjunto. Se recurre a menudo de manera tópica a la imagen de las cerezas enganchadas para visualizar cómo al tirar de unas palabras, unos temas, unos conflictos, etcéteras, estos traen enganchados de manera casual pero inexorable otras palabras, otros temas, otros conflictos. Algo similar ocurre en ‘La despedida’. Cada personaje es protagonista de un relato, pero, como una cereza, arrastra a otros personajes, protagonistas de otros relatos, hasta el punto de que de algunos de ellos sólo sabemos algún dato relevante no en el relato en que actúan como narradores en primera persona (lo que no deja de ser un ejercicio de neutralidad y de seriedad narrativa), sino por las referencias cruzadas que encontramos en otros relatos: por ejemplo, en el primer relato se nos avisa de lo que le va a pasar a Luis Prieto en el tercero; en el tercero averiguamos la profesión de Tomás, cuya confusa deriva, sin embargo, hemos conocido en el segundo; etcétera. Se trata, pues, de cinco relatos, pero de un solo libro y hasta de una sola historia. Hay, por lo demás, un personaje de especial relevancia, una profesora de literatura que responde al pintoresco nombre de Luz Verde: es la narradora en primera persona de tres de los relatos; es quien mejor viene a definir la singularidad de La Comarca, tal vez porque no pertenece por nacimiento a La Comarca y tiene una doble perspectiva, lo que le permite ser espectadora privilegiada y confidente idónea para las tribulaciones de la farmacéutica, del pastor, del hippie, del ecologista, etcétera; porque, conociendo La Comarca desde dentro y desde fuera, es quien mejor maneja criterios no contaminados; porque es quien toma con mayor conciencia una decisión final valiente; y porque, en fin, le permite al autor algún que otro guiño cultural y aun de afiliación narrativa, como la tarea que le encomienda de presentar en un congreso de literatura al profesor Manuel López Aguado, una especie de «cameo literario» que sólo leyendo o habiendo leído ‘Entre líneas’ se advertirá.
V. Hay otro aspecto fundamental de ‘La despedida’, más allá de los puros ingredientes narrativos, que merece destacarse: me refiero al modo como contempla el autor el mundo que describe y los personajes que dibuja, la mirada con que compone personajes y escenarios, que parte, creo, de una convicción, de la relación que se establece entre personajes, escenario y forma de vida. En las diversas manifestaciones artísticas, en general, y en literatura, en particular, siempre ha resultado muy atractiva la expresión del mal. («En las autopistas de la libertad, el mal es como un Ferrari», escribió Roberto Bolaño. Ahora mismo, en este enero de 2009, hacen furor bicentenario los escritos de Poe, especialmente sus cuentos de terror, aquellos que se sostienen, en palabras del propio Poe, sobre «el demonio de la perversidad».) Pues bien, frente al morbo del mal y del horror, aquí estamos ante una literatura de la bondad. Tal vez no se pueda decir con exactitud que los personajes sean estrictamente bondadosos (incluso hay alguno que puede disfrazar de maldad la arrogancia y sus complejos), pero sí puede afirmarse que habitan en un ámbito de bondad. Lo que me hace pensar que para Javier Morales Ortiz el mundo del que traza aquí cierta forma de despedida no es sólo una realidad cultural ligada a la naturaleza, sino también una realidad moral, el último paraíso de una especie de ética natural, acorde con la armonía de la tierra. No sólo hay, pues, la añoranza crepuscular de una arcadia menguante, con presencia todavía, por muy poco tiempo, de chozos, candiles o leche de cabra, sino la certeza de que desaparece también una arcadia ética, un mundo de bondad natural y específicamente humana: una comarca que se caracteriza, según dice la profesora Luz Verde, «no tanto por las palabras, sino por gestos, por un tiempo compartido en el que no caben las explicaciones ni los análisis, sólo la certeza de lo cotidiano», y de cuyos habitantes subraya «la sencillez y la naturalidad con la que se relacionan con el entorno».
VI. Dicho esto, termino, porque, en caso contrario, correría el riesgo de pormenorizar la trama de cada relato y eso sería ya llevar la presentación más allá de su significado, de modo que será mejor que cada uno se sumerja en la lectura, que es al fin y al cabo una tarea solitaria y un placer singular, y que cada uno descubra por sí mismo las sencillas y emotivas tramas de ‘La despedida’. De eso se trata.
[Texto leído en la presentación de 'La despedida' (ERE), de Javier Morales Ortiz, el 23 de enero de 2009, en Plasencia.]
II. Coinciden, en primer lugar, en el escenario, en el ámbito narrativo de la acción. Todos los cuentos se desarrollan en La Comarca (con mayúsculas, las mayúsculas de la antonomasia), un territorio que, dadas las frecuentes alusiones y teniendo en cuenta la ciudad en la que nos encontramos, se presta a fáciles identificaciones. Puedo señalar tres. Una. Se habla, por ejemplo, en más de una ocasión, del valle (sin mayúscula, nombre común): «Los caminos rurales que muerden los costados del valle, pasadizos en una tierra abancalada que escalonan la montaña», se lee en la página 47, o: «Desde la terraza, la otra ladera del valle era una sombra negra salpicada de dos motas grises, dos pueblos que parecían más diminutos aún», en la página 48. Dos. En casi todos los relatos aparecen cerezos, bien como elementos del paisaje, bien como objetivo de alguna desventurada aventura de ecología agrícola, o bien, en fin, como insólito atributo de un personaje pintoresco del que se dice que «debe de ser una de las pocas personas de la zona que no tiene cerezos» (pág. 38). Y tres. «La cola del pantano parecía una lengua de metal», se lee en la misma página 38. Valle, cerezos y pantano serían elementos suficientes para una ubicación precisa de los relatos, pero estas indagaciones son más divertidas que eficaces y más entretenidas que necesarias, porque la geografía literaria es ilusoria y representativa, universal y simbólica. Javier Morales Ortiz no pretende que La Comarca sea una zona concreta y próxima, sino una representación, una noción territorial, la elevación a nombre propio del nombre común al que pueden acogerse todos los lugares con formas de vida en peligro de extinción. Naturalmente, puestos a añadir detalles (y es conveniente añadir detalles, pues, como se sabe, son la esencia de la literatura), para el autor, y no sólo en beneficio de la credibilidad, es mejor, y más eficaz, recurrir a cerezos, valles y pantanos, que son rasgos próximos, emblemas comarcales, que importar fresas, naranjas o vendimias.
III. Pero, al margen de estos elementos fijos, que funcionan como signos de unidad y de reconocimiento, como referentes del espacio, y aunque sea en el mundo rural donde se desarrollan todas las historias, ‘La despedida’ no es exactamente un libro sobre el mundo rural, porque a Javier Morales Ortiz le interesan más los personajes que el paisaje, le interesan más los infortunios de la existencia que el campo de batalla. Así pues, de manera singular, individual, cada relato, en líneas generales, viene a mostrar, en un breve fragmento temporal, una situación concreta, una escena, podríamos decir, o una secuencia, o un par de secuencias consecutivas e inmediatas, de donde se desprende, si ello es pertinente, y en visión panorámica, el resumen de una vida entera. Basta, por ejemplo, la arrogante visita de un médico de La Comarca asentado en Madrid (Madrid funciona como antítesis de La Comarca), para que el narrador del primer relato, que es camarero, reviva toda su biografía común, adopte todos las posturas simbólicas de una humillación no menos simbólica (la marca de cerveza, el narrador recogiendo de rodillas los cristales de una jarra rota, el recuerdo de la novia en el instituto) y pretenda salir de tanta frustración con apenas un gesto de inocua rebeldía, nocturna y solitaria, metafórica. Y a estas pinceladas de la historia de un personaje que ejerce de camarero podrían añadirse las del resto de personajes: un técnico agrícola, un oficinista con vocación agrícola y mentalidad ecológica, una farmacéutica, una profesora de literatura, una especie de hippie excéntrico (que, como cabe sospechar, es quien no tiene cerezos), un pastor o la propia hija del pastor. Todos tienen algo en común: saben lo que es la derrota, saben en qué consiste la travesía entre las aspiraciones y el fracaso, conocen los conflictos que median entre la realidad y el deseo. Anclados en un mundo rural en decadencia, cada uno de ellos significa una muesca personal en el crepúsculo definitivo. Son dos realidades paralelas y complementarias: la decadencia comarcal y la desesperanza personal. Al irse apagando el mundo en que viven, un escenario sin porvenir acoge su derrota personal, la derrota sentimental, o laboral, o agrícola, la derrota de la huida, de la incertidumbre y del vacío, la derrota de la resignación, de la aceptación y de la mediocridad moral.
IV. Pero, volviendo a lo que decía más arriba sobre La Comarca como espacio de la acción, cabe decir que, si la elección de un escenario común para los cinco relatos conlleva la utilización de motivos igualmente comunes, esa elección también afecta a los personajes. Casi me atrevería a decir que se trata de cerezas. Me explico. Vengo diciendo que el libro contiene cinco relatos. Pero también podría decir que se trata de una breve novela, una novela de gajos, o dientes de ajo, o cerezas, porque cada relato, con su independencia y autonomía argumental, por una parte, colabora, por otra, a la visión del conjunto. Se recurre a menudo de manera tópica a la imagen de las cerezas enganchadas para visualizar cómo al tirar de unas palabras, unos temas, unos conflictos, etcéteras, estos traen enganchados de manera casual pero inexorable otras palabras, otros temas, otros conflictos. Algo similar ocurre en ‘La despedida’. Cada personaje es protagonista de un relato, pero, como una cereza, arrastra a otros personajes, protagonistas de otros relatos, hasta el punto de que de algunos de ellos sólo sabemos algún dato relevante no en el relato en que actúan como narradores en primera persona (lo que no deja de ser un ejercicio de neutralidad y de seriedad narrativa), sino por las referencias cruzadas que encontramos en otros relatos: por ejemplo, en el primer relato se nos avisa de lo que le va a pasar a Luis Prieto en el tercero; en el tercero averiguamos la profesión de Tomás, cuya confusa deriva, sin embargo, hemos conocido en el segundo; etcétera. Se trata, pues, de cinco relatos, pero de un solo libro y hasta de una sola historia. Hay, por lo demás, un personaje de especial relevancia, una profesora de literatura que responde al pintoresco nombre de Luz Verde: es la narradora en primera persona de tres de los relatos; es quien mejor viene a definir la singularidad de La Comarca, tal vez porque no pertenece por nacimiento a La Comarca y tiene una doble perspectiva, lo que le permite ser espectadora privilegiada y confidente idónea para las tribulaciones de la farmacéutica, del pastor, del hippie, del ecologista, etcétera; porque, conociendo La Comarca desde dentro y desde fuera, es quien mejor maneja criterios no contaminados; porque es quien toma con mayor conciencia una decisión final valiente; y porque, en fin, le permite al autor algún que otro guiño cultural y aun de afiliación narrativa, como la tarea que le encomienda de presentar en un congreso de literatura al profesor Manuel López Aguado, una especie de «cameo literario» que sólo leyendo o habiendo leído ‘Entre líneas’ se advertirá.
V. Hay otro aspecto fundamental de ‘La despedida’, más allá de los puros ingredientes narrativos, que merece destacarse: me refiero al modo como contempla el autor el mundo que describe y los personajes que dibuja, la mirada con que compone personajes y escenarios, que parte, creo, de una convicción, de la relación que se establece entre personajes, escenario y forma de vida. En las diversas manifestaciones artísticas, en general, y en literatura, en particular, siempre ha resultado muy atractiva la expresión del mal. («En las autopistas de la libertad, el mal es como un Ferrari», escribió Roberto Bolaño. Ahora mismo, en este enero de 2009, hacen furor bicentenario los escritos de Poe, especialmente sus cuentos de terror, aquellos que se sostienen, en palabras del propio Poe, sobre «el demonio de la perversidad».) Pues bien, frente al morbo del mal y del horror, aquí estamos ante una literatura de la bondad. Tal vez no se pueda decir con exactitud que los personajes sean estrictamente bondadosos (incluso hay alguno que puede disfrazar de maldad la arrogancia y sus complejos), pero sí puede afirmarse que habitan en un ámbito de bondad. Lo que me hace pensar que para Javier Morales Ortiz el mundo del que traza aquí cierta forma de despedida no es sólo una realidad cultural ligada a la naturaleza, sino también una realidad moral, el último paraíso de una especie de ética natural, acorde con la armonía de la tierra. No sólo hay, pues, la añoranza crepuscular de una arcadia menguante, con presencia todavía, por muy poco tiempo, de chozos, candiles o leche de cabra, sino la certeza de que desaparece también una arcadia ética, un mundo de bondad natural y específicamente humana: una comarca que se caracteriza, según dice la profesora Luz Verde, «no tanto por las palabras, sino por gestos, por un tiempo compartido en el que no caben las explicaciones ni los análisis, sólo la certeza de lo cotidiano», y de cuyos habitantes subraya «la sencillez y la naturalidad con la que se relacionan con el entorno».
VI. Dicho esto, termino, porque, en caso contrario, correría el riesgo de pormenorizar la trama de cada relato y eso sería ya llevar la presentación más allá de su significado, de modo que será mejor que cada uno se sumerja en la lectura, que es al fin y al cabo una tarea solitaria y un placer singular, y que cada uno descubra por sí mismo las sencillas y emotivas tramas de ‘La despedida’. De eso se trata.
[Texto leído en la presentación de 'La despedida' (ERE), de Javier Morales Ortiz, el 23 de enero de 2009, en Plasencia.]
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