© Dickens
—«Adorable criatura...» —repitió Sam.
—¿No estará en poesía, eh? —interrumpió el padre.
—No, no —dijo Sam.
—Me alegro de saberlo —dijo el señor Weller—; la poesía no es cosa natural; nadie ha hablado nunca en poesía, salvo el anunciador en el boxeo, o el de la crema pa el calzado Warren, o el del aceite pa el pelo Rowland, o esos otros tipos desgraciados; no caigas nunca tan bajo como pa hablar en poesía, hijo mío.
(«Los papeles póstumos del club Pickwick», Cap. XXXIII)
—¿No estará en poesía, eh? —interrumpió el padre.
—No, no —dijo Sam.
—Me alegro de saberlo —dijo el señor Weller—; la poesía no es cosa natural; nadie ha hablado nunca en poesía, salvo el anunciador en el boxeo, o el de la crema pa el calzado Warren, o el del aceite pa el pelo Rowland, o esos otros tipos desgraciados; no caigas nunca tan bajo como pa hablar en poesía, hijo mío.
(«Los papeles póstumos del club Pickwick», Cap. XXXIII)
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