Callejón del Gato
«¿Que alguna vez pecó?», leo esta tarde en el prólogo que Gómez de la Serna antepuso a su biografía de Valle-Inclán. «No merece ni anotarse el hecho», se responde el biógrafo y sólo para esa respuesta ha planteado la pregunta, «pues tenía en su fervoroso espíritu algo que logra por sí solo la remisión de los pecados: el ‘furor ético’». Y añade: «El furor ético —que, por su parte, es lo más grande del clima español— evitaba su corrupción interior, como la bilis vence los estragos humorales» («Don Ramón María del Valle-Inclán», Gran Austral, pág. 20). Otros furores, sin embargo, prevalecen en estos primeros días de 2007 y en los preliminares de esta triste tarde crepuscular de sábado, otros pecados, otras corrupciones, otros humores y otras bilis. Bien lo reflejan los espejos cóncavos.
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