3.1.07

Jonás

Cuando Yahvé envió a Jonás a Nínive para profetizar su destrucción, «porque su maldad ha subido hasta mí», tronó la voz del todopoderoso, Jonás prefirió huir a Tarsis, embarcar, ser arrojado al mar para librar a los marineros de las iras de la tempestad, ser engullido por un gran pez y permanecer tres días en el estómago del animal marino antes de levantar sus súplicas al cielo. Vomitado en tierra por el gran pez, volvió Yahvé a enviarlo a Nínive y el profeta Jonás pudo comprobar que había tenido razón al rebelarse contra su dios y al huir antes de profetizar una destrucción que bien sabía, dada la clemencia y la misericordia del creador supremo, que no se llegaría a cumplir. Por eso huyó Jonás: porque no quería profetizar una destrucción que no se llevaría a efecto, porque no quería ser un mal profeta, un falso profeta. Finalmente, sin embargo, se avino ser un falso y mal profeta, pues, en efecto, al oírlo, los ninivitas se arrepintieron de sus maldades, corrigieron su conducta durante la tregua, que era de cuarenta días, y Yahvé se arrepintió de su cólera y determinó no seguir adelante con el llanto y el crujir de dientes. Las cosas hoy han cambiado y Jonás carece de herederos. Los nuevos profetas, los profetas de hoy, prefieren que se cumpla la profecía, anteponen la ideología al bien y aplauden por ello la destrucción.