Mirra
Viendo los montones de cajas jugueteras que se amontonaban estos últimos días en la basura y en los llamados ecopuntos, ¡estos, Fabio, ay, dolor, que ves ahora despojos de las grandes superficies!, me ha venido a la memoria una escena familiar de las navidades del 95, o de los reyes del 96, cuando sus orientales majestades tuvieron a bien dejar un centro comercial de Pinypon junto a los zapatos de una niña de 6 años. Una advertencia exterior dejaba claro que el centro contenía tres pinypones (y solamente tres, insistieron los adultos para evitar desengaños u otros quiebros de la fantasía), pero cuando todo estuvo desempaquetado resultó que los pinypones eran cuatro. Entonces la niña, con cierto enfado, mirando a su padre, dijo: «Papá, nos han engañado». Nos reímos, naturalmente, como enterados de la vida, pero la verdad de la afirmación y su circunstancia infantil, esto es, que haya una edad en que, sobre tres pinypones, tanto cuatro como dos sean una misma mentira, en que el engaño pueda ir hacia arriba o hacia abajo y darse tanto en el beneficio como en el perjuicio, no sólo debería desarmar al más apasionado defensor de la evolución moral, sino que debería llenarnos de nostalgia y pesadumbre por dejar que el tiempo muera en nuestros brazos.
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