Conrad
Me quedo embobado leyendo y necesariamente releyendo frases como, por poner un par de ejemplos, «sostuvo su cabeza erguida bajo el resplandor de la lámpara, una cabeza modelada vigorosamente con sombras profundas y luces brillantes, una cabeza poderosa y deforme con un rostro atormentado y achatado, un rostro patético y brutal: la máscara trágica, misteriosa y repulsiva del alma de un negro» (pág. 47), o como «la mayoría de los marineros recuerdan en su vida una o dos noches de tormenta en toda su plenitud: nada parece quedar de todo el universo excepto la oscuridad, el clamor, la furia… y el barco, que, como la huella postrera de una creación hecha pedazos, va a la deriva, transportando los angustiados restos de la humanidad pecadora a través de la aflicción, el tumulto y el padecimiento de un error vengativo» (pág. 88), porque no hay prosopografía o etopeya que me alcance con tanta contundencia y porque, aunque no tenga nada que ver, pero dentro del hilo contextual de estos apuntes, no cabe mejor descripción de las desventuras y penalidades de Jonás en un océano soberbio, embravecido y fustigado por la cólera implacable de los rigores bíblicos. Sin lugar a dudas, la eterna intemporalidad del mar mantiene su sustancia en algunas novelas marineras, como en este «El negro del ‘Narciso’», de Joseph Conrad (no sé qué hipnótico atractivo métrico tiene el nombre completo del autor polaco: Józef Teodor Konrad Nalecz Korzeniowski), Espasa Calpe, 2006, que acabo de leer.
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