Érase que recibía un mensaje cuyo asunto decía: «Monterroso», pero no me dio tiempo a ver el nombre del remitente ni a abrir el mensaje, porque se apagó el ordenador con la tormenta. Entonces, mientras volvía la luz y reiniciaba y entraba en el correo, no dejé de darle vueltas, con intriga, al quién y al qué, sobre todo al qué, de ese inesperado Monterroso. Algo entonces, tal vez un trueno, o un relámpago, o el furor del viento (que aquí arriba arrecia en redundancias), me despertó. Al pronto me llevé un disgusto, porque ya nunca podría saber ni el qué ni el quién del mensaje monterroso, cautivo para siempre en el universo (no sé si decir borgiano) de los sueños, donde la hoja del ciprés. Pero después me entró una curiosa preocupación, el temor de que al encender por la mañana el ordenador cayera en la bandeja de entrada un mensaje, no por virtual menos real, con asunto «Monterroso». No ha sido el caso, que los sueños sueños son y sólo sueños y el día es más prosaico y transparente. La prevención con que he entrado en windows mail no ha tenido, pues, otra recompensa ni otro alivio que una dilatada pandilla, en batería, de phishing phishing phishing.
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