22.4.07

Tierra batida

La inmoralidad de las finales (hablo de competiciones deportivas) es que siempre, fatal, necesariamente, uno de los competidores tiene que perder y que, por tanto, la grandeza del triunfo se fundamenta en la derrota e incluso en la humillación de un enemigo, un rival, un adversario, adversario que, por lo demás, en la misma medida en que aspira aguerridamente al triunfo, también merece la derrota. No se trata, como podría darse en situaciones militares, de un ejército que ataca y otro que se defiende o viceversa, sino de dos profesionales del ataque. Ambos son mercenarios. Ninguno merece la victoria. Tal para cual. Iguales. Deuce.