22.2.15

Escuadra

No hay esperanza para la primavera ni primavera para la esperanza.

10.2.15

Receptivo

Subiendo por Fuencarral hacia la glorieta de Bilbao comprobé ayer cómo, en el tramo peatonal, cada pocos pasos, jóvenes intrépidos asaltaban con preguntas o propaganda a los caminantes. Pero no a mí. Sólo elegían a caminantes igualmente jóvenes. Vamos siendo invisibles, pensé. Por eso, en venganza, hice firme propósito de no prestarme a preguntas ni a propagandas en el caso de que éstas, antes o después, se produjeren. Y hete aquí que después, en el camino de regreso, bajando de nuevo por Fuencarral, se me acercó un joven no menos intrépido y con harta simpatía y desenvoltura preguntó: ¿Estás receptivo? No, contesté. Lo dije con cierta pena y aun con lástima, pero un propósito es un propósito.

7.2.15

Impavidum ferient ruinae

«Desde entonces  no retomo, reanudo», escribe Aramburu en El Cultural y esto me ha hecho recordar cómo Ricardo Senabre, en cierta ocasión, en uno de esos frecuentes «alfilerazos» que alguien (ignoro si en broma o con mala idea) llamó «senabrinas», objetó a no sé qué novelista el uso del adjetivo «impávido» (en lugar, por ejemplo, de «impasible»). El caso es que me trajo durante un tiempo de cabeza la pertinencia e incluso la exactitud de ese «impávido», porque quería yo traducir el «Impavidum ferient ruinae», de Horacio, como «Las ruinas lo encontrarán impávido» y no era empeño caprichoso ni, pensaba, desatinado. Anduve dándole vueltas al adjetivo de manera circular, pues no me cuadraban «impasible», ni «imperturbable», ni «impertérrito», que son las variantes que sugiere María Moliner, de modo que, al final, haciendo de necesidad virtud, no encontré ninguna solución rítmica propicia y me atuve impertérrito al «impávido». Escribió luego Senabre una reseña sobre el libro y confieso que la leí con el alma en vilo, temeroso, en busca sólo de la objeción de «impávido». No fue el caso. Nunca sabrá cuánto agradecí la venia.