A propósito del valor didáctico del humor en el estudio de las matemáticas escolares, leo en el suplemento de educación de «El país» (
13-11-2006): «Va el profesor y le dice a sus alumnos: en el examen de matemáticas de mañana quiero que saquéis todos una nota por encima de la media. ‘Hay gente que no se ríe porque no lo coge, y eso es que algo falla en las matemáticas, porque para hallar una nota media tiene que haber notas más altas y más bajas’. Elemental, pero ¿quién se había reído? O, bueno, ¿quién no se ha quedado con cara de circunstancias?». Me quedo perplejo, yo, y caricircunstanciado, en ese ‘hay gente que no se ríe porque no lo coge, y eso es que algo falla en las matemáticas’, porque, aunque entiendo que cada uno vaya a lo suyo, a las risueñas y divertidas e hilarantes matemáticas en este caso, no entiendo que pase por alto lo fundamental en el humor: que es el humor, naturalmente. Esto es, que no hay gracia alguna en esa ingenuidad matemática por mucho que «se coja la media». Pero parece que pasamos sobre la cosa intelectual con un «tertium non datur» inscrito en el cerebro. Yo puedo dar fe, a cambio, del alboroto escolar que se montó cuando un profesor de lengua, al hilo de «el agua - las aguas, el aula - las aulas, el arma - las armas» y otras equivalencias, pidió sustantivos femeninos que empezaran por «a» tónica y un alumno, sin el menor humor matemático y con enfebrecido entusiasmo morfológico, respondió: «¡Perdiz!».