Malabarista
En la calle del Sol a veces y más frecuentemente en la calle de Claveros (por donde cruza la ruta de El Quijote), arrimado a El Tizón, como escondido, veía a menudo a un obstinado malabarista, quedito y pretiparvo, ejercitándose en volatines con tres platos de plástico. Detenerse a contemplar su arte, el giro interminable de los platos volando, dos en el aire y uno en la mano, resultaba contraproducente, porque, apenas advertía la menor expectación (y aún temo más), los platos se le caían al suelo. Una tarde, hace tiempo, lo vi en Madrid, en la calle Preciados, equidistante de El Corte Inglés y la FNAC, entre el tumulto, de platos caídos. Hablamos. Se había ido (o venido*) a Madrid, me dijo, porque era más rentable, pero ya echaba de menos la calle de Claveros, donde, como pasaba poca gente, podía, dijo, «experimentar». He aquí un artista puro, pensé: el arte por el arte. Me acuerdo de él siempre que hago la ruta de El Quijote.
* Pocas palabras tan sujetas al ir y venir del hablante como estos verbos «ir» y «venir», de tan complejo como abundante uso (vaya lo uno por lo otro y viceversa), tan adheridas al «donde», al «dónde» y al «cuándo». ¡Qué vamos a contar que no se sepa!
* Pocas palabras tan sujetas al ir y venir del hablante como estos verbos «ir» y «venir», de tan complejo como abundante uso (vaya lo uno por lo otro y viceversa), tan adheridas al «donde», al «dónde» y al «cuándo». ¡Qué vamos a contar que no se sepa!