21.2.12

Espinela

Admírase un hispanés
al ver que, en tiempos de vacas
muertas (ni gordas ni flacas),
cuando todo IVA al revés
genera un nuevo do ut des,
se ha impuesto tal catatonia
al hedor de la colonia
que si un empresario quiebra
o cambia gato por liebra
o se hace lapa en Laponia.

12.2.12

Bernstein

Una de las escenas que mejor recuerdo de ‘Ciudadano Kane’ no existe y, sin embargo, la recuerdo como si la hubiera visto cada una de las veces que he visto la película. En un momento de la historia un personaje dice: «Uno recuerda más cosas de las que la gente supone. Yo, por ejemplo. Un día allá por el año 1896 iba a Jersey en el transbordador. Al bajar nos cruzamos con los viajeros de vuelta. Entre los que subían estaba una joven. Iba vestida de blanco y llevaba una sombrilla blanca también. Aquella visión duró un segundo y ella ni siquiera me vio. Pero le aseguro que no ha pasado ni un mes desde entonces en que no haya pensado en ella». Se trata sólo de palabras. En ningún momento las imágenes subrayan o documentan esas palabras. E incluso desde el punto de vista cinematográfico es mejor que así sea. No importa. Yo recuerdo la escena, conservo exacta su memoria visual: ‘veo’ a la señorita vestida de blanco y con la sombrilla blanca subiendo al transbordador. Y todavía cuando alguna vez me distraigo con la revisión de la película me sorprende ver al viejo Bernstein hablando del recuerdo sin que aparezca la imagen de la joven certificando sus palabras.

4.2.12

'Caracteres', de Salvador Retana

I. Permítaseme actuar como presentador de estos 'Caracteres', porque, aunque pueda parecer extraño, e incluso insólito, no atenta, de hecho, contra las buenas formas ni contra el común proceder. Cierto es que en la portada y en los créditos del libro, junto al nombre de Salvador Retana, figura el mío, como si acaso fuera yo coautor, pero se trata sólo del significado más literalmente denotativo de la palabra «figurar», del verbo «figurar», o sea, de mera y honorífica figuración, explicable sólo por la generosidad y la modestia del propio Salvador Retana. O, si se prefiere, mejor aún, por el ‘carácter’ de Salvador Retana, un carácter artístico, modesto y generoso. Quiero decir con esto que ‘Caracteres’ es un libro de Salvador Retana, sola, única y exclusivamente suyo. Ni siquiera hace falta abrirlo u hojearlo para catalogarlo sin vacilación como «libro de arte» o «libro de artista» y, naturalmente, el artista aquí no es otro que Salvador Retana: y el artista es el autor. Yo he colaborado con un pequeño escrito, un prologuillo artesano, un ligero recorrido por la caracterología, no tanto en sentido histórico, como en su puro y esencial sentido literario, que, como se ha ido a más páginas de la cuenta y de las previstas, no ha querido el verdadero autor del libro dejar fuera ni de los honores de portada ni de las acreditaciones del ISBN, pero ‘Caracteres’ tendría la misma entidad, la misma categoría y también, tal vez, más valor sin el prólogo, porque todo prólogo, en cuanto prólogo, es ya una forma de coerción y a menudo una amenaza y a veces incluso una impostura, como, sin ir más lejos, en los ‘Caracteres’ de Teofrasto, que fue el inventor del género, de cuyo prólogo dice en nota a pie de página el traductor español: «Este ‘Proemio’ tiene todos los visos de ser apócrifo. No es atribuible a Teofrasto ni por su estilo ni por su contenido». De este modo, pues, vale decir que hay alguna forma de simetría y equidistancia entre aquellos primeros ‘Caracteres’ y estos ‘Caracteres’ postreros.

II. El caso es que el día 13 de julio de 2010, martes, a las 18:35, recibí un mensaje de Salvador Retana cuyo asunto decía «Proyecto libro», del que, aparte de la fecha y la hora (pues mi memoria de la cronología es bastante limitada), he entresacado tres párrafos. Decía el primer párrafo: «Tiempo atrás, releyendo ‘El Testigo de Oído’ de Canetti, fueron saliendo, al tiempo que leía, unos dibujos muy sueltos, unos personajes irónicos e informales, sin ninguna pretensión. Realizados con boli, rotuladores y unos lápices de colores. Me parecieron válidos, lo di vueltas y construí una caja de cartón gris para estos cincuenta seres. Empecé a verlo como una caja libro y la posibilidad de editarlo y creo que pide un pequeño texto que conviva con ellos». El segundo párrafo decía: «Sinceramente, lo que quiero es invitarte a participar conmigo en este viaje. Pedirte el favor de un texto, sin prisas. No se trata de un prólogo, tampoco una crítica artística, ni siquiera a la obra, todo lo contrario, un texto autónomo, libre, en el que tú te encuentres cómodo. Sé cómo caen estas peticiones, que la mayoría de las veces son compromisos, este no es el caso». He aquí, pues, detallada en estos dos párrafos, toda la aventura de ‘Caracteres’. Por una parte, como se ve, hablar de «proyecto libro» por parte de Retana era ya en esos primeros momentos una formalidad retórica, porque, a falta sólo de la reproducción técnica, o mecánica, o tecnográfica, él ya tenía hecho el libro, la caja gris con los cincuenta seres, que yo pude ver pocos días después, llevar a casa en depósito e incluso escanear para su contemplación digital y su reiteración automática power-point. Y he aquí también, expresado de forma sencilla y sin afectación alguna, el procedimiento artístico, el modo como, en lugar de subrayados y notas en los márgenes, que es lo que más frecuentemente hacemos los lectores descuidados, Salvador Retana se había entregado a una tarea de traducción: no traducción de lenguas, sino de lenguajes.

III. Confieso que al pronto me quedé indeciso ante la propuesta, porque soy completamente ignorante en materia plástica, pero al mismo tiempo interesado. Yo conocía algunas publicaciones anteriores de Retana, como ‘Los empalaos’, una colección de dibujos en torno a ese rito o a ese sacrificio que se produce cada año en semana santa en Valverde de la Vera: «Allí», como se sabe, hay «un hombre descalzo que camina en silencio. / Un hombre con el cuerpo adherido a una soga. / Con el rostro cubierto y corona de espinas. / Un hombre condenado a una errancia marcada. / Entre cruces de hierro y entre cruces de piedra / va vagando. Allí un hombre por callejas umbrías / con el fin de encontrar al extraño que encarna», según describen los versos de Álvaro Valverde que abren el libro. También conocía el ‘Bestiario’, donde ya dio sobradas muestras del procedimiento anticipándose a acomodar extrañas representaciones morfológicas a diversos animales, exóticos a veces, a veces fingidos. No era extraño, pues, que tras la fauna del bestiario viniera Retana a caer en la fauna de los caracteres, que no es fauna menor ni menos diversa ni menos pintoresca. Así que, por mi parte, con la caja gris y los cincuenta seres en casa, me puse a comparar. Busqué mi ejemplar del libro de Canetti, ‘El testigo escuchón’ (Anaya & Mario Muchnik, 1993), y me dispuse a comparar texto y dibujo. Leí en primer lugar el que podríamos considerar grado cero de los cincuenta caracteres, el titulado precisamente «El testigo escuchón» (o el testigo de oído, o el testigo oidor, o el testigo auricular, o el testigo auditivo, o el oyelotodo: no parece fácil la traducción del término alemán), que empieza diciendo: «El Testigo Escuchón hace esfuerzos por no ver; oye, en cambio, muchísimo mejor. Llega, se queda de pie, se desliza sin ser visto hacia un rincón, curiosea algún libro o una vitrina, escucha lo que hay que escuchar y se aleja, inmutable y ausente. Nadie pensaría que ha estado allí: ¡con tanta habilidad desaparece! Y helo ya en otro lugar, escuchando otra vez; conoce todos los sitios donde hay algo que escuchar, lo registra bien y no olvida nada». Y me entretuve dando vueltas a las diferencias de procedimientos artísticos en la descripción o configuración de caracteres: el oído para Canetti y la vista para Retana, la audición y la visión, las orejas y los ojos, el testigo ocular y el testigo auricular. Estaba, pues, pensé al pronto, frente un procedimiento personal de traducción que no se basaba en los esquivos y equívocos límites semánticos de un diccionario bilingüe, como demuestra el término alemán «Ohrenzeuge», sino en las galerías comunicantes de los lenguajes, de, al menos, dos lenguajes.

IV. Y como tenemos cierta propensión perversa, y aun malsana, a buscarnos, e incluso a encontrarnos, en lo que podríamos llamar síntomas de hipocondría moral, me entretuve picoteando en unos y otros caracteres de Canetti, eligiendo los títulos a propósito, por ver si yo mismo aparecía en tan traviesa y heterogénea etología. Así, por ejemplo, en vista de mis aficiones lectoras, vine a caer enseguida sobre El Bibliófago, a saber: «El Bibliófago lee todos los libros sin distinción, siempre que sean difíciles. Los que se comentan no lo dejan satisfecho, han de ser raros y olvidados, difíciles de encontrar. A veces se pasa un año buscando un libro porque nadie lo conoce. Cuando al final lo encuentra, lo lee de un tirón, lo entiende, lo memoriza y puede citarlo siempre. A los diecisiete años tenía ya el mismo aspecto que ahora, a los cuarenta y siete. Cuanto más lee, menos se transforma. Todo intento de sorprenderlo con un nombre fracasa, es igualmente versado en cualquier campo. Como siempre hay cosas que ignora, no se ha aburrido nunca. Procura, eso sí, no citar algo que desconozca, no vaya a ser que otro se le adelante en la lectura». Así pude comprobar con alguna satisfacción que, pese a algunas similitudes sintomáticas, yo no era exactamente el bibliófago: por ejemplo, yo no tengo cuarenta y siete años. Dadas mis veleidades gramaticales, repasé después los atributos de El Pseudorretórico: «Para hablar, el pseudorretórico busca oyentes que no sepan de qué habla. Conoce las miradas perplejas y el parpadeo del desamparo cuando se dirige a alguien, y sólo se lanza a perorar si el desamparo le parece suficiente. Las ideas afluyen a su mente y pronto dispone de una cantidad pasmosa de argumentos que, en otras circunstancias, no se le habrían ocurrido: siente cómo puede ir enredándolo todo y se encumbra hasta el más recóndito de los delirios: en torno suyo la atmósfera se carga de oráculos». En este caso no supe decidir en qué porcentaje me afectaba el retrato: no se mencionan los años del sujeto. Pero sí puedo decir algo a cambio. «El pseudorretórico» es el dibujo que algunos habrán recibido por correo electrónico en la invitación a este humilde evento y la figura puede servir para entender la semántica de los caracteres y la polisemia de los dibujos, la complejidad de su sencillez. Puede apreciarse la oquedad del personaje, todo vacío, salvo el negro perfil y la arrogancia declamatoria de la boca, de los brazos, de las manos. Ahora bien, en la invitación no se trata de arrogancia, sino de un ser desvalido que con la mano izquierda señala, como si fuera el bocadillo exento de una viñeta, al texto escueto de la invitación: se trata, ahí, de un ser denotativo y suplicante.

V. Así seguí, en fin, leyendo y comparando: El Lengüipronto, El Lamenombres, El Recelafamas, El Rigedesdichas, El Cazaperfidias, La Depurasílabas, El Caldealágrimas, buscando el ligamento entre la «textualidad» y la «textura», pero sólo más tarde, tras la apacible y sucesiva comparación de ambos tejidos, texto y dibujo, textualidad y textura, llegué a extraer una conclusión que me parece esencial: que los dibujos de Retana no son ilustraciones, sino representaciones, invenciones plásticas del carácter. Si existiera la palabra, que lo ignoro, me atrevería a decir que son «etografías». Hay una circunstancia notable a este respecto. He hecho antes referencia a su ‘Bestiario’, un conjunto de 64 grabados (64, como las casillas del ajedrez). ‘Bestiario’ se publicó en 2005. Y lo notable es que Retana siguió entonces un proceso inverso. Fue dando forma pictórica a diferentes animales al ritmo azaroso de la inspiración y la fantasía, sin más reglas, pero, al mismo tiempo, con todas las limitaciones que la fantasía y la inspiración imponen (precisamente por su indeterminación previa las reglas de la fantasía son las más estrictas, las más sutilmente rigurosas). Pues bien, hechos los grabados e iniciados los preparativos de la publicación, Alberto Manguel amoldó a cada grabado un texto idóneo, preciso y, sobre todo, primitivo, de modo que por los extraños caminos de la fantasía Retana había venido a coincidir en sus grabados con escritos de Aristóteles, de Claudio Eliano, de Plinio el Viejo, de Lucrecio, de san Isidoro de Sevilla o de fray Bernardino de Sahagún. Y así «El pájaro letrado» de Plinio el Viejo o «El grifo» de Sir John Mandeville son anticipaciones del pájaro letrado y del grifo de Retana, a los que Retana ha llegado por sí mismo, siguiendo sus propias reglas, sin conocimiento previo del texto remoto. ‘Bestiario’, pues, era el encuentro en la superficie de dos realidades ajenas, distintas, paralelas e intemporales.

VI. Con los antecedentes del ‘Bestiario’ y puesto que los «caracteres» de Retana habían ido surgiendo a partir de los textos de Canetti, pensé al pronto, con clara impremeditación, que lo más pertinente sería una edición del libro de Canetti con los dibujos (cosa no sólo difícil, sino, dados los tortuosos vericuetos del copyright, altamente improbable), pero Salvador Retana no había contemplado ni remotamente esa posibilidad. Enseguida supe por qué, incidencias del copyright aparte, no sólo no era una buena idea, sino que era una idea equivocada. En una publicación de ese tipo, los dibujos serían material adyacente, secundario, en relación con los textos de Canetti: paternalimos de la pedagogía. Esto es, serían sólo ilustraciones, cuando lo que Retana había pretendido y había creado (lo he dicho más arriba, pero conviene repetirlo) eran representaciones. De ahí que los dibujos no sólo merezcan su propio libro, sino también toda la consideración del libro. Porque, pese a haber surgido como consecuencia de la lectura de los textos de Canetti, no por ello son una simple derivación o una mera ilustración de esos textos y a mera ilustración habrían quedado relegados con esa especie de edición que en principio, tan irreflexivamente, yo imaginé. Ciertamente Retana ensayó los trazos pictóricos de los personajes de Canetti, pero de esos trazos surgió una galería de personajes («seres» decía el mensaje) que son en verdad invenciones de Salvador Retana, tienen valor independiente, resultan creaciones autónomas en las que Canetti pasa a ser un apoyo onomástico, de estricto santoral. Elías Canetti, pues, está en la génesis de los dibujos, pero los dibujos no necesitan de las palabras de Canetti más allá del nombre, nombres como los que he mencionado más arriba, o como El Muerdecasas, El Tientahéroes, El Rondacadáveres, La Ovillapenas, El Nuncadebe, La Hiposcóntica, La Finolora, así hasta cincuenta. Más allá del índice bautismal, Salvador Retana ha llevado a cabo su propio examen de ingenios y conformado sus propias etografías. Añadiría más, incluso. En apariencia, ‘Caracteres’ ha seguido el procedimiento inverso al ‘Bestiario’, puesto que Retana ha partido de los caracteres de Canetti, pero, paradójicamente, en realidad, al revés que en ‘Bestiario’, tras ese punto de partida en la superficie, los dibujos se han separado luego de los textos y cabe decir que su coincidencia, salvo por los caminos de la deliberación, ha sido a la postre un puro azar. La convergencia y la divergencia son, al fin y al cabo, variaciones de ida y vuelta en torno a un punto en el espacio o en el tiempo, casi estoy por decir que extraños palíndromos circunstanciales.

VII. En el ensayo «La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica» (de 1936), decía Walter Benjamin: «La técnica reproductiva desvincula lo reproducido del ámbito de la tradición. Al multiplicar las reproducciones pone su presencia masiva en el lugar de una presencia irrepetible. Y confiere actualidad a lo reproducido al permitirle salir, desde su situación respectiva, al encuentro de cada destinatario». He recordado estas palabras de Benjamin al ver terminado el proceso de reproducción de ‘Caracteres’, al ver completo el proceso de edición y de distribución. También al ver estas reproducciones digitales de las distintas figuras en la pantalla. Y no he dejado de subrayar el final de la cita: «confiere actualidad a lo reproducido al permitirle salir […] al encuentro de cada destinatario». Estamos ahora en ese momento exacto y crucial: la reproducción de caracteres saliendo al encuentro de sus destinatarios. Dije antes que entresacaba tres párrafos del mensaje de Retana del 13 de julio de 2010, pero sólo leí los dos primeros. Recupero ahora el tercero para terminar. «La idea», decía ese tercer párrafo, «sería realizar una edición muy pequeña, la última fue de diez». Y con esa última edición de diez ejemplares se refiere a la (digamos) «princeps» de ‘Los empalaos’ (la «princeps» de ‘Caracteres’ es de siete ejemplares). Pero el párrafo concluye con estas palabras: «te podrías quedar con los ejemplares que necesites pues esto es una batalla perdida». Ahora, La Rosa Blanca ha «reproducido» quinientas veces los «caracteres» de Salvador Retana. Con esta presentación sólo se pretende en realidad un objetivo: que no sea una batalla perdida y que, si ha de ser en última instancia una batalla perdida, que al menos sea una derrota heroica.

[De la presentación  de 'Caracteres', de Salvador Retana, La Rosa Blanca, 2011, en la Sala Verdugo de Plasencia, el día 3 de febrero de 2012]

2.2.12

El Pseudorretórico