Con frecuencia oigo y leo reproches académicos contra el empleo de expresiones que salpican o inundan la conversación, el inicio de toda respuesta con un «la verdad es que», el «bueno» que se incluye en cada periodo, sobre todo en las entrevistas deportivas: «Bueno, la verdad es que, bueno, hemos hecho lo que hemos podido, bueno, pero, bueno, no hemos podido, bueno...». Supongo que «bueno», «la verdad es que» y otros parientes de la charla tienen una explicación, aunque no tengan justificación, y que peores cosas se oyen y aun se escuchan y se leen: «como no podía ser de otra manera». Hay sin embargo una locución que se oye continuamente y a la que no he oído todavía referirse a nadie de ninguna manera, ni positiva ni negativa: «lo que es»; o, si conviene el plural, «lo que son». No se trata de un «lo que es» sustantivo, pero tampoco estoy seguro de que sea meramente retórico. Si se teclea «lo que es» en un buscador surgen un millón trescientas mil entradas, pero no son (tampoco las he consultado) sustantivas, sino del tipo «yo sé lo que es el amor» o bien del tipo «lo que es barato no puede ser bueno». El que a mí me llama la atención no va nunca delante de un adjetivo ni de unsustantivo abstracto, sino de un sustantivo concreto e incluso cotidiano y viene a ser equivalente coloquial del más retórico «propiamente dicho». Hay hablantes, pues, que no colocan el televisor en el salón, sino en «lo que es el salón», ni un aparador en la entrada, sino «en lo que es la entrada», que, como digo, equivale al salón «propiamente dicho» y a la entrada «propiamente dicha». Ahora mismo acabo de saber, por ejemplo, que si se tiene un percance automovilístico por la noche, el conductor debe ponerse «lo que es el chaleco», ese artilugio obligatorio, futurista y reflectante que ha sembrado las noches y las carreteras de luciérnagas. Así las cosas, llevo un tiempo en que atrapado en la euforia de tanto «lo que es» y no tengo otro oficio, en las conversaciones, que acechar, a la caza de su salto, de modo que no atiendo a lo que oigo, sino que oigo a ver si «lo que es» el hablante cae en la fórmula, y he de decir que me veo recompensado. Por qué al hablante le ha dado por recurrir a esa determinación ontológica del sustantivo es cuestión que debe analizarse en otro (próximo, tal vez, e incierto) blograma.