30.6.07

Iglesia / Estado

«Los miembros del Gobierno, los Grandes de España, los aristócratas y todos los invitados que se hallaban en las tribunas, con sus resplandecientes esposas, asintieron con la cabeza silenciosamente, mientras oían al Rey de España [Alfonso XIII] consagrar su pueblo a la Iglesia y a la Monarquía. // El monarca levantó el brazo para descorrer el velo que cubría el monumento. Hubo un segundo de emoción entre los presentes; algún palaciego se adelantó para asegurarse de que Su Majestad había tirado del cordón con acierto y, al descorrerse el velo, quedaron al descubierto la imagen [del Sagrado Corazón de Jesús], con todas las figuras que la rodeaban, y, debajo, grabadas las palabras REINARÉ EN ESPAÑA; pero la emoción del momento anterior se trocó en indignación, el Rey palideció y un murmullo subió de las tribunas, que empezaron a vaciarse precipitadamente, mientras que de la gente estacionada en las cercanías, observadores curiosos de la ceremonia, se oyó salir alguna que otra carcajada, algún que otro comentario humorístico, porque debajo de las palabras REINARÉ EN ESPAÑA, en caracteres peor labrados, pero tan claros como los anteriores, se leía QUE TE CREES TÚ ESO.» (Constancia de la Mora, ‘Doble esplendor’, Gadir, Madrid, 2004, pág. 37)

29.6.07

RIPíos

No hay que ser lince ni sabio
-y bien sé lo que me digo-
para ver notorio agravio
en la cesión del testigo:
que apenas se marcha Fabio
-estos, ay, que ves ahora
tiempos de caja y pandora-
quien regresa es don Rodrigo.

20.6.07

Oé oé oé

Para Murillo, Landero, Méndez, Antón e tutti quanti
¡Flipa la capellanía!
Mas para coplas no Eto'oy.
Dejo las rimas del día
-¡ripios, ay, del alma mía!-
a pies de van Nistelroy.

18.6.07

Eautontimouromenos

Frente al viejo «homo sum; humani nihil a me alienum puto» (soy hombre y nada humano me es ajeno) se alza ahora y se expande por doquier (la he visto en puertas cerradas e infranqueables, incluso en una catedral turística) una sentencia que tal vez empezara siendo mera advertencia de peligro en el ramo de la construcción, una llamada a la prudencia, acaso también un modo de evitar complicaciones por daños y perjuicios, y que cada vez se aproxima más a la amenaza de un moderno «Cave canem!» o a la ocultación de quién sabe qué aquelarre de contrabando clandestino o qué fechoría de iure, es a saber: «Prohibido el paso a toda persona ajena a la obra». Ganas me dan siempre de pasar y, en caso de apuro, citar a Terencio, pero no: sólo somos ajenos entre ajenos.

15.6.07

Takla Makán

I. Cuando tenía 15 o 16 años me topé un día de pronto con el escaparate de una librería placentina rebosante de ejemplares de un solo libro. Jamás había visto tanto despliegue comercial en el sector. Bien es verdad que poco sabía yo entonces de librerías, porque mi cuenta corriente apenas alcanzaba para la adquisición esporádica de algún libro de la colección Austral y, como se sabe, en la formación de una biblioteca básica se empieza por los clásicos de bachillerato: novelas de Baroja y de Valle-Inclán, poesías completas de Machado, etcétera. Por eso tal vez me sorprendió tanto aquella exhibición y procuré averiguar las causas. Se trataba de que un joven placentino acababa de publicar su primera novela. El joven placentino era José Antonio G. Blázquez. La novela era ‘Los diablos’. Me dijeron además que era una obra atrevida e incluso indecorosa. Yo la leí con cierta perplejidad, pero no me maravillaba tanto la novela como que fuera alguien de Plasencia quien la había escrito. Como aspiraba a ser escritor, que alguien de la ciudad ya lo fuera me llenaba de estímulo y esperanzas. Al fin y al cabo demostraba que los escritores no eran seres remotos e inaccesibles. Algún día, me dije, llegaré yo a los escaparates. Seguí después los libros de G. Blázquez, aquella película con Gina Lollobrigida, un libro sobre Oscar Wilde (que me llevó a leer las obras completas de Aguilar), ‘El rito’ del Nadal, ‘Señora muerte’ (la novela suya que prefiero), ‘Rey de ruinas’, etcétera. Pero nunca supe nada del autor, de la persona del autor. Era como si, a fin de cuentas, la publicación de ‘Los diablos’ lo hubiera convertido en escritor, esto es, en un ser remoto e inaccesible.

II. También recuerdo cuándo tuve la primera noticia de José Antonio Gabriel y Galán, un 19 de septiembre de 1975, en Madrid, en la calle Preciados, al comprar ‘Punto de referencia’, su primera novela. Sin embargo, a José Antonio Gabriel y Galán lo conocí relativamente pronto, antes de leer su segunda novela. Fue en la Librería Cervantes, en una presentación de ‘A salto de mata’, con una exigua concurrencia, un corro de 10 o 12 personas, en la planta noble y literaria de la librería. Tengo el ejemplar dedicado y con fecha: marzo de 1981. Aunque muy de tarde en tarde, con José Antonio Gabriel y Galán fui coincidiendo en algún que otro sitio y seguí leyendo sus libros, algunos de los cuales, según he sostenido, se adelantaron a los que luego han pretendido escribir (o novelar, como dicen los periódicos) la historia literaria de la transición. Leo ahora en su diario que en aquellos lejanos días de 1981 ya estaba peleando con la «sentencia», con el «temor», con la conciencia «de que ya no soy inmortal» y dando cuenta de ello en las páginas secretas que ahora ven la luz. Y esa lectura genera una forma de admiración retroactiva y acentúa la conciencia de un ridículo personal igualmente retroactivo.

III. El caso es que, tal vez porque tanto Gabriel y Galán como García Blázquez se llamaban José Antonio, o porque eran de Plasencia, o porque habían nacido ambos en 1940, o por todas esas cosas juntas, para mí formaban una especie de tándem literario, de generación literaria local.

IV. Veintidós años después de ‘Los diablos’, en 1988, alcancé yo a publicar una primera novela, una novela de título disparatado, de la que fue editor, por cierto, Francisco Muñoz, que antes de ser Consejero de Cultura dirigía un servicio de publicaciones, y de la que José Antonio Gabriel y Galán tuvo a bien publicar una reseña en ‘El urogallo’. Y al publicar esa novela puede decirse que entré en el circuito de la literatura regional. Empecé, por ejemplo, a formar parte de algún jurado de concursos literarios, en concreto de uno de novela que convocaba la Editora Regional, que se llamaba Premio Constitución, y que para hacer honor al nombre se fallaba en Mérida, en la media noche del día 5 de diciembre. Pues bien, en la convocatoria de 1989, en el jurado del que yo formaba parte estaban, al fin, y juntos, José Antonio Gabriel y Galán (al que conocía) y José Antonio García Blázquez (al que veía por primera vez). De modo que pude tener frente a mí, en las deliberaciones, a los dos novelistas placentinos a los que yo había seguido con cierta fidelidad lectora. Recuerdo con exactitud la disposición de la mesa durante la llamada cena literaria, la abundante conversación de otro miembro del jurado y la actitud más bien silenciosa de García Blázquez, que, a veces, sin embargo, intervenía con precisión y lucidez en la valoración de las novelas. De la novela ganadora, en cambio, no recuerdo nada. Y todo esto ha aflorado ahora en mi memoria al leer por una parte los relatos de ‘Amigos y otras alimañas’ (cuya «Excursión al Encinar» leerán los placentinos con grata complacencia) y al encontrarme, por otra, en el ‘Diario’ de Gabriel y Galán con las siguientes palabras: «Lo que ocurre hoy es que estoy universalmente irritado; estoy a mal con la gente en mi casa, en mi trabajo, con algunos amigos: todo esto se me vuelve contra mí y me encuentro solo, bajo el peso de una opresión generalizada, abrumado. Lo curioso es que hoy día me encuentro descolocado, descentrado, he llegado de un viaje a Extremadura, tengo todos mis trabajos y compromisos paralizados, tengo que recomenzar, pero la irritación, la rabia es destructora» (pág 170). Esto lo escribió el día 7 de diciembre de 1989, al día siguiente de nuestras deliberaciones sobre pirámides de sal. Y aunque sé que la irritación y la rabia proceden de otras fuentes (la sentencia, la mortalidad), no puedo por menos que decirme: ¡Qué cena debimos darle y cuánta ignorancia e insignificancia la nuestra, la mía al menos!

V. Así las cosas, en una presentación como la de esta noche, entre dos libros mayores, como son los relatos de García Blázquez y el diario de Gabriel y Galán, no sé qué decir de ‘El desierto de Takla Makán’. Que del mismo modo que, al publicar la primera novela empecé a formar parte de jurados literarios, desde que escribí un ensayo sobre la literatura de Ferlosio, se me otorgó cierta categoría de especialista ferlosiano, se me incluyó en lo que alguien ha llamado la «ferlosía» (sección coriana) y a la menor ocasión o a la mayor (un monográfico en una revista, la aparición de un nuevo libro, la concesión del premio Cervantes, un congreso sobre su obra, etc.) me veo en la necesidad y en la obligación de escribir un nuevo texto en torno al maestro, que aparece por cierto en el ‘Diario’ de Gabriel y Galán, en alguna cena contracentenaria, y al que ayer mismo proclamaba Juan Goytisolo «el modelo más libre del amor a un saber no rentable». Estos textos necesarios y obligatorios y entusiastas, escritos a lo largo de diez años (1997-2007), son los que recoge este librito. Sólo voy a aclarar el título. Los escritos ferlosianos anteriores, de 1994, se llamaron ‘Camino de Jotán’ y el título procedía de un pecio del propio Ferlosio, un pecio titulado «Paraíso» que dice: «Y si eres bueno ‑me dice en sueños el arcángel de mi nombre‑, un día te devolveré tu alfanje, tu caftán celeste, tu gran capa de pieles, tus caravaneros y todos tus camellos, y volveré a ponerte en la Ruta de la Seda, eternamente, camino de Jotán». Puesto a titular la agrupación de estos nuevos ensayos, me pareció que convenía insistir en el procedimiento y recurrí a un pecio titulado «Lección inaugural», que dice: «Señoras y señores: ni yo, que llevo cuarenta años pensando en él todos los días, ni mucho menos, por supuesto, ustedes llegaremos jamás a hacernos cargo de lo que es el desierto de Takla Makán». Sé que es una hipérbole, que ninguna obra es inagotable, pero también es verdad que de cada relectura nueva de Ferlosio he sacado algo nuevo, positivo y de provecho. Y al fin y al cabo Jotán está en un oasis en el desierto de Takla Makán. Ese oasis (que en cierto modo reduzco al concepto de razón narrativa) es el que trata de recogerse, desde distintos ángulos, en estos diez ensayos. Pensaba cerrar con ellos mis reflexiones ferlosianas, dejar de ser profesional (más o menos) académico de la «ferlosía», pero no va a poder ser. Ya tengo dos nuevas tareas en el ordenador: una definición de «pecio» en mil palabras (tres o cuatro folios) y una reseña del libro ‘Sobre la guerra’, que Ferlosio acaba de publicar y en el que recoge todo lo que ha escrito sobre lo que el título indica: sobre la guerra. De modo que seguiré con Ferlosio mientras dure la travesía del desierto.

VI. Pero entretanto, hoy, ahora, tengo la sensación de que al coincidir en esta mesa ‘El desierto de Takla Makán’ con ‘Amigos y otras alimañas’, de García Blázquez (al que veo hoy por segunda vez), y con ‘Diario 1980-1993. Invitación a la resistencia’, de Gabriel y Galán (con la presencia de Cecilia Alarcón, porque el libro es fruto amargo de la mortalidad), al coincidir en esta mesa, digo, asistimos, casi veinte años después, a una extraña y azarosa ceremonia, como de rememoración con libros propios de aquella cena sobre libros ajenos de 1989. Que sea para bien.

[Texto de presentación de los libros ‘Diario 1980-1993. Invitación a la resistencia’, ‘Amigos y otras alimañas’ y ‘El desierto de Takla Makán’, leído en Plasencia el 14 de junio de de 2007]

13.6.07

Restaurante

«En este local están prohibidas las conversaciones gastronómicas», dice un cartel firmado por el chef. Se trata, sin duda, de un chef sabio: ¡ese interminable hablar de comida mientras se come, esa ineludible letanía culinaria y enológica, esa epidémica evocación de un remoto asado, de un pobre corderillo, de la dichosa magdalena! Aplaudo al chef.

8.6.07

Ferias

A nosotros, ¡oh dioses inmortales!,
tal vez porque seamos gente seria,
nos aturden los ruidos de la feria
y nos cansan los hábitos feriales.

A nuestros genes intelectuales
les hunde en la más atroz miseria
el grado colectivo de la histeria
de tantas alegrías municipales.

Por eso, para darnos un respiro,
proficiscuntur pater, mater, filia
(traduzco: «parte toda la familia»;

vulgarizo: «nos hemos dado el piro»)
a otra feria, la feria del Retiro,
do muerde el polvo la alta bibliofilia.

5.6.07

Pena

Oigo en la celebración de unas bodas de oro (que no sé si es una perversa reducción metafórica del cómputo matemático o una aplicación a la devoción y los afectos del no menos perverso «el tiempo es oro»), oigo, digo, el sinfín de alegrías, felicidades y bienaventuranzas que han acompañado el transcurso de los cincuenta años que se festejan. Pero al final surge una frase traicionera, un colofón en falso: «Ha merecido la pena». He oído bien: «Ha merecido la pena». Lo he anotado para no olvidarlo. ¿Ha habido pena, pues? ¿Ha sido, entonces, penoso? Si las palabras no mienten y los tópicos arraigan es porque la vida no es dulce ni es hermosa, «no es noble, ni buena, ni sagrada». Pero, por compasión, nos engañamos.

2.6.07

Métrica

Se ciernen negros nubarrones
sobre la negra nubarronia:
habrá tormenta y turbaciones
sobre El Retiro en la feronia.

1. El kilometraje solitario cunde y cunde: o se recrea el paisaje o se imaginan felonías. He aquí un ejemplo de empeño viajero particular: versos de nueve sílabas, o eneasílabos, con ritmo machacón no modernista, no juventud, no divino tesoro. A la postre es sencillo. Se trata, en este caso, de acentuar en cuarta y octava, un pie oooó oooó (o). Ni las palabras ni el sentido importan.

2. Hay otras posibles machaconias o machaconías: oóo oóo oóo: 'La mano que mece la cuna'; se va Sebastián de la Villa; Cervantes anduvo en Lepanto; sabed que mañana es domingo; etcétera, etcétera, etcétera.

3. Seguiremos eneasilabando. Divierte.